domingo, agosto 10, 2003
Morir intentando
La mirada de los otros (Hollywood Ending, Estados Unidos, 2002) dirigida por Woody Allen Ficha técnica
ESTRENO
Puntaje: 2
La mayoría de los últimos films del autor de Crímenes y pecados se asemejan más a una pulsión en fuga que a una certidumbre en automático (un pecado que hubiera sido bastante menor), a una caricatura de aquellos caracteres que le daban a sus películas la forma de una partitura. Woody hace que hace pero no hace. Allen dejó sus sincronías minimalistas (aquel mechón de Manhattan) para sumergirse en la dulzura obvia y la melancolía petulante. Antes sus personajes eran no adorables sino perfectamente frágiles y hasta excesos de delineación, criaturas pasivas de sus velocidades (como aquel Harry y sus secretos).
"Amor y dulzura, fuerza y coraje, cuatro puntos cardinales con los que navegar", cantan los Café Tacuba. Allen se canaliza y digiere aquellos cuatro caminos para hacerlos una autopista en clave de embotellamiento. La mirada de los otros esboza una 'crítica´ a Hollywood que los alleniados, discretos necrófilos, verán como un duro golpe a la maquinaria de las películas millonarias. Allen le inserta una moneda a todos sus players de siempre: la neurosis, la familia, el amor y el sexo y hace del altibajo una dicha y del timing una utopía. Jugó ya varias veces con esos temas, el problema es que ahora parece superfluo, fetichista de un humor y amor para entendidos que, aun leído con afecto (corre con esa ventaja) sólo logra cantidad y jamás calidad. La explotación que realiza de la ceguera es grosera y un ejemplo de las muchas trabas autoindulgentes con las que parece protestar en voz baja. Sus flirteos con sus viejos caprichos y los de 'los otros` permiten dudar de por qué se lo lee y ve con tanta piedad (al menos en Argentina) mientras los hermanos Farrelly son exprimidos por la supuesta falta de inteligencia en sus estrenos.
Allen no se repite sino que se canibaliza en gags petrificados, ironías de vuelo nulo y actores de relleno para el supuesto caramelo psicoanalítico que es Woody. Un Media hora, difícil de encontrar y que mientras consumimos nos hace flagelarnos con el pasado, con sabores mejores.
Juan Manuel Domínguez.
ESTRENO
Puntaje: 2
La mayoría de los últimos films del autor de Crímenes y pecados se asemejan más a una pulsión en fuga que a una certidumbre en automático (un pecado que hubiera sido bastante menor), a una caricatura de aquellos caracteres que le daban a sus películas la forma de una partitura. Woody hace que hace pero no hace. Allen dejó sus sincronías minimalistas (aquel mechón de Manhattan) para sumergirse en la dulzura obvia y la melancolía petulante. Antes sus personajes eran no adorables sino perfectamente frágiles y hasta excesos de delineación, criaturas pasivas de sus velocidades (como aquel Harry y sus secretos).
"Amor y dulzura, fuerza y coraje, cuatro puntos cardinales con los que navegar", cantan los Café Tacuba. Allen se canaliza y digiere aquellos cuatro caminos para hacerlos una autopista en clave de embotellamiento. La mirada de los otros esboza una 'crítica´ a Hollywood que los alleniados, discretos necrófilos, verán como un duro golpe a la maquinaria de las películas millonarias. Allen le inserta una moneda a todos sus players de siempre: la neurosis, la familia, el amor y el sexo y hace del altibajo una dicha y del timing una utopía. Jugó ya varias veces con esos temas, el problema es que ahora parece superfluo, fetichista de un humor y amor para entendidos que, aun leído con afecto (corre con esa ventaja) sólo logra cantidad y jamás calidad. La explotación que realiza de la ceguera es grosera y un ejemplo de las muchas trabas autoindulgentes con las que parece protestar en voz baja. Sus flirteos con sus viejos caprichos y los de 'los otros` permiten dudar de por qué se lo lee y ve con tanta piedad (al menos en Argentina) mientras los hermanos Farrelly son exprimidos por la supuesta falta de inteligencia en sus estrenos.
Allen no se repite sino que se canibaliza en gags petrificados, ironías de vuelo nulo y actores de relleno para el supuesto caramelo psicoanalítico que es Woody. Un Media hora, difícil de encontrar y que mientras consumimos nos hace flagelarnos con el pasado, con sabores mejores.
Juan Manuel Domínguez.