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jueves, enero 19, 2006

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Ana y los otros, Celina Murga

“Todas las olas que vienen de pasar, todas las horas que vienen sin llegar”, decía el grupo Entre Ríos en su suavísima canción Litoral. En esa encrucijada se encuentran el cine argentino, Ana y los otros, Ana y los otros.
De atrás para adelante. Los otros, esa fauna paranaense que visita Ana con la excusa del reencuentro del grupo de egresados, no hacen más que sofocarse un sus horas de tedio y ahogarse en sus propias aguas, en un entramado social “bienintencionadamente” delimitado -la peor cara de lo siniestro son la buenas intenciones- donde el fin último y único es casarse al mejor postor.
Ana, por su parte, estuvo aquí, estuvo allá y se quedó varada en un tiempo y un amor. Se mueve con ligereza, distingue esas olas refrescantes pero las barrena porque se quedó fija en una ausencia. En ese punto se aproxima a ellos. Pero Ana, definitivamente, no es los otros.
Ana y los otros no hace más que mostrar un devenir, pintar una aldea sin juzgar y sin la mirada distante del que se fue a la ciudad y ve con aires de superación lo que dejó atrás. Por el contrario, la película indaga con total honestidad, habla naturalmente (dentro de esa naturalidad, por caso, la directora puede meter una canción de Los Twist sin que quede como un gimmick de estudiante de cine pretencioso).
La cinematografía vernácula, en tanto, ve pasar las nuevas olas pero sigue sin encontrar una continuidad. Con destellos, algunos más interesantes que otros, intenta salir a flote desde el interior. Porque el cine argentino, con alguna excepción, se encuentra más cómodo lejos de la ciudad (los personajes de Martín Rejtman quizá pertenezcan a Melmac y los de Ezequiel Acuña, si bien urbanos, están todo el tiempo escapando).
Es saludable que todavía haya películas que tomen distancia del costumbrismo más burdo y del costumbrismo cool igual de pernicioso.
Agustina Larrea

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