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domingo, febrero 20, 2005

El vaso medio vacío 

Entre Copas (Sideways, EEUU, 2004). Dirigida por Alexander Payne. Con Paul Giamatti, Thomas Haden Church, Virginia Madsen y Sandra Oh.
ESTRENOS
Puntaje: 6

Hace ya tiempo que en el cine norteamericano la categoría de "independiente" pasó a denominar un estado de transición. Desde la aparición del canallesco festival de Sundance y de fachadas corporativas como Miramax o Fox Searchlight, los nuevos e ignotos cineastas con escasos recursos ven al indie como escala hacia la meca de Hollywood (ejemplo: Soderbergh). El salto, en palabras Einsesteinianas, no sólo es cuantitativo (más millones) sino también cualitativo: brusco cambio de enfoque, de público al que se apunta y, lo más sorprendente, ideológico (la mirada "marginal" o impostadamente crítica hacia la sociedad muta por una perspectiva "mainstream", más limitada por las condiciones del mercado de masas).
Lo cierto es que este status intermedio parece conflictuar a los enfants terribles del indie y los lleva hacia una tendencia a la contradicción notoriamente marcada. Confunden la definición de ser "independiente" (no depender económica ni ideológicamente de un estudio ni de un sistema) con la idea de ser polémicos, o intelectuales, o provocativos. En pocas palabras, asumen que dicen lo que el mainstream no dice, aan si más de la mitad de las veces son producto de ese mainstream al que proclaman denostar. Peor aún, creen que eso justifica ser desprolijos, descuidados e insoportablemente snobs.
Ya desde sus dos primeras películas, Alexander Payne resultó una grata sorpresa. Sin ser estridente, sin ser grotesco, ni panfletario, ni gratuito, se planteó realizar un estudio entomológico de la clase media norteamericana, sus míseras aspiraciones y sus fracasos cotidianos. No es el punto de partida lo original, ya que todo el indie intenta demostrar cómo falla el sueño americano, sino el modo de desarrollar la premisa. Si "Election" es su película más lograda es porque trabaja estas temáticas sin golpes bajos y sin subrallados gruesos, al mismo tiempo que no juzga ni toma distancia de sus personajes (acción típica del indie, como si la empatía fuera una debilidad hollywoodense). Payne domina un estilo tragicómico muy propio, basado en decir cosas dolorosas (de allí su apellido, tal vez) en tonos amenos o, peor aún, en hacer que sus personajes callen esas verdades que los matan por dentro, acumulando esa ira que mata al famoso "american dream".
"Sideways" (y elijo el título original porque justamente alude a hacer las cosas por el camino alternativo, a evitar el sendero marcado) es una película absolutamente coherente con el universo Payne y, sin embargo, acentúa una espiral decadente que ya se evidenciaba en "About Schmidt". Notamos aquí el pesimismo y el cuestionamiento al "american way of life" que a Payne tanto parecen interesarle, pero a su vez hay una serie de elementos que empañan el andar de la película. A saber: a) El abuso de elementos que apuntan a dar la idea de cine "inteligente": todas las referencias narrativas de la película son gratuitas, especialmente la mención de Robbe-Grillet, y algunas rompen con la lógica interna del personaje, como la mención de John Kennedy Toole por parte del machote de Thomas Haden Church; b) La omnipresencia de la música, previsiblemente jazz. No sólo muestra cierta vagancia al componer la banda sonora, sino que genera una distancia con las situaciones que aliviana el peso dramático que podrían tener. Le da a todo un tono simpático y tranquilizador que contrasta con lo que realmente está sucediendo; c) Los dos actores centrales no son exigidos al nivel de su potencial y son figuritas repetidas: Paul Giamatti se reitera como el siempre neurótico, siempre depresivo, siempre patético intelectual feo, con elementos calcados del Harvey Pekar de "Esplendor Americano". Thomas Haden Church repite diez años después al Ned de "Ned and Stacey", con simpatía pero sin novedad; d) La puesta en escena es tan clásica (no hay nada de malo en ello, quiero aclarar) que cuando Payne decide jugar con las ventanas como antes lo hizo Ang Lee en "Hulk", se produce un equivalente a un quiebre isotópico y la sensación no es de libertad creadora sino de torpeza, como si se hubiera injertado un elemento ajeno al relato.
Más allá de estos desaciertos, la película compensa con virtudes dignas. Presenta a dos personajes femeninos fuertes, que rompen la monotonía de la charla de vinos; no intenta en ningún momento ser un reflejo de toda la sociedad en miniatura (mal típico del indie); y, finalmente, presenta un par de momentos más que logrados, especialmente el instante en que Giamatti se echa vino encima, completamente fuera de sí, o la situación de sexo entre obesos. Payne incursiona nuevamente en el desnudo de alto peso (recordemos a Kathy Bates en "About Schmidt") y no sería mala idea que inspeccione aún más esa senda.
El combo se completa con una cita cinéfila a "Viñas de Ira", de John Ford, chiste fácil considerando que estamos viendo un film sobre gente catando vinos que se enoja asiduamente. Sin embargo, fiel a sí mismo, Payne no resalta este detalle, sino que lo presenta de fondo, sonoramente. En los aciertos o en los fallos, el realizador muestra un llamativo perfil bajo, marca distintiva de su cine. Bienvenida la novedad si Hollywood decide tomar en cuenta a un cineasta que decide alejarse de la pompa para centrarse en la circunstancia.
Guido Segal.

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