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viernes, agosto 06, 2004

El mundo privado de la oscuridad 

Yo Robot (I, Robot, 2004). Dirigida por Alez Proyas. Con Will Smith, Bridget Moynahan, James Cromwell.
ESTRENO
Puntaje: 6 (aunque este no es el punto de la crítica).

El 11 de Noviembre de 1960 se emitió por primera vez en los Estados Unidos el episodio número 42 de La Dimensión Desconocida. Ese capítulo, títulado "El ojo del observador", construía una delicada alegoría sobre la belleza, la aceptación y la tolerancia a lo diferente (moraleja incluida) dentro de la precisión estipulada de 25 minutos. Con la sola ayuda de decorados de cartón, iluminación expresionista (y todo el imaginario de ese cine, sumado también al desarrollo del terror en los años 30) y mucha inventiva desde la evolución narrativa, Rod Serling produjo uno de los episodios más perturbadores y fascinantes de su genial serie, y aún hoy, 44 años después, se mantiene su vigencia.
La pregunta ahora es: ¿Cómo es posible que en el año 2004 sea necesaria toda una construcción artificial basada en imponentes ciudades-cliché futuristas, ejércitos de robots digitales o ángulos de cámara físicamente imposibles para llegar a las mismas conclusiones? Peor aún, porque Yo Robot (y colóquese aquí el nombre que se quiera, porque hoy en día el cine mainstream no pretende salirse de la norma) borra todo rastro de ambigüedad e incluso obliga al ahora musculoso Smith a que traduzca las complejas frases de la doctora Calvin para el público adolescente y ardiente en hormonas que consumirá predominantemente el producto.
Si algo queda claro es que ya no extraña la combinación de tácticas de captación de público (¿Es necesario que los personajes hablen como hiphopperos negros constantemente? ¿Hace falta que Smith se quite la remera cada tres escenas? ¿Qué hubiese pasado si la doctora Calvin hubiese sido un gordo de barba?) con la ostentación y el placer exhibicionista, centrado en mostrar siempre más allá de lo que nuestros sentidos o nuestra imaginación nos permiten llegar. Y ni hablar de las burdas publicidades a Audi o a Converse. Desde el comienzo tenemos, por ende, una falla en el sistema: no se puede adaptar a autores de la talla de Asimov o Philip K. Dick e intentar simultáneamente complacer a un público obtuso y conformista (smells like teen spirit). Alguien debe salir herido y todos sabemos quién es.
Yo Robot no es una mala película, ni siquiera genera rechazo. Ya nadie duda de la capacidad de entretener de Hollywood. El problema es la poca claridad de sus límites, el nulo intento de abrirse a algo nuevo, la aceptación plana y festiva de cada uno de los clichés futuristas, lo predecible de cada una de sus líneas narrativas, el intento de introducir emociones forzadas donde el mecanicismo ha triunfado tanto en lo formal como en el contenido. En fin, no vemos nada nuevo, porque no hemos visto nada nuevo en los últimos treinta años. Y si salimos de cada tanque hollywoodense con sabor a nada en los labios no es porque las películas sean malas u odiables sino porque ya las hemos visto veinte millones de veces antes, la misma historia contada una y otra vez con los mismos procedimientos.
Queda como dato estadísitico que el capítulo mencionado al principio de la nota es también conocido, clandestinamente, como "El mundo privado de la oscuridad". Este tipo de sensación es, precisamente, la que generan los blockbusters, una experiencia individual, cerrada y muy poco enriquecedora (o iluminadora). Basta sólo con afirmarse como espectadores críticos e inconformistas para alejarse de estas áreas oscuras y buscar zonas más luminosas en filmografías menos estancadas y menos acartonadas.
Guido Segal.

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