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sábado, agosto 16, 2003

La vie en noir  

La flor del mal (La fleur du mal, Francia, 2003). Dirigida por Claude Chabrol.
Ficha técnica
ESTRENO
Puntaje: 8

No es ningún secreto que los reyes suelen tener amantes y aventuras varias y sin embargo nadie proclama esto a los cuatro vientos. La razón es muy simple: en el viejo continente, las apariencias son lo primero para la realeza y la aristocracia. Chabrol parece saber esto de memoria y se explaya (una vez más) sobre la turbulencia pasional que esconden esas frías familias de doble apellido que dominan la campiña francesa. Lo cierto es que los Chagrin-Vasseur no dejan de luchar por mantener esa imagen de familia amena y afectuosa, aún si el asesinato, el incesto, la hipocresía y el autoexilio de uno de sus miembros amenazan con quebrar el status quo.
Al igual que De Palma, Chabrol ha aprendido a cargar con el mote de "alumno de Hitchcock" e incluso muestra en su último opus una llamativa autoconsciencia sobre el asunto. Basta citar al extenso travelling inicial, en el que la mansión burguesa se describe en detalle, inmersa en una delicada pieza musical típicamente francesa. La cámara desliza por los pasillos y nos entrega una profunda sensación idílica, violentamente finalizada por la imagen de una mano ensangrentada. El director, maestro a la hora de escatimar explicaciones, no retomará este momento hasta bien entrada la película y rellenará el espacio intermedio de pequeñas intrigas aristocráticas. El mérito está, sin dudas, en la lenta construcción de la tensión entre estas intrigas; el salvaje desenlace se va gestando en cada pequeña conversación y en cada gesto. Y asistimos una vez más al talento del director, quien introduce en cada charla banal una gota más para hacer rebalsar el vaso y se sirve de innumerables parlamentos sobre los méritos de la cocina francesa en comparación con la nortemericana para decirnos, en su código particular, que esta familia acomodada está a punto de desacomodarse.
La clave de todo el film está en dos personajes: la tía Line, esa truculenta patricida escondida en el cuerpo de una jovial viejecita, y el padre Gérard, villano oculto y vicioso. La tía es la unión al pasado familiar, el único personaje que conoce a fondo lo que está ocurriendo y no teme decirlo. Sus constantes flashbacks sonoros desdibujan un poco al alegre cinismo que la caracteriza, pero aún así ella teje desde la oscuridad la compleja trama familiar, siendo a la vez protagonista y testigo del incesto y del asesinato. El padre es la oveja negra, el aristócrata que no cuida las apariencias, y por eso debe morir. El castigo no le llega tanto por sus infidelidades o por la traición a su esposa, sino porque se sale de la lógica burguesa del parecer antes que ser. En ellos dos está la solución al enigma que el film plantea.
Sin deslumbrar pero a la vez sin aburrir, Chabrol nos entrega un película siniestra en un envoltorio colorido, un caramelo dulce que se torna agrio, una flor preciosa que tras sus pétalos guarda afiladas espinas.
Guido Segal.

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