<$BlogRSDUrl$>

sábado, septiembre 11, 2004

El último susurro de la noche 

La aldea (The Village, 2004). Dirigida por Manoj Night Shyamalan. Con Bryce Dallas Howard, Joaquin Phoenix, Adrien Brody, William Hurt, Sigourney Weaver.
ESTRENO (ponele)
Puntaje: 6

El cine norteamericano es, tal vez, el cine más sujeto a cuestiones religiosas del mundo. Su intenso sentido de la moral no se reduce simplemente a una priorización del bien social por sobre el deseo individual, sino que se somete a una concepción judeocristiana. El principal responsable de este fenómeno es David Wark Griffith, quien sentó las bases que jamás habrían de quebrarse y que dan forma, origen y razón de ser al Hollywood que conocemos. Griffith, padre y tutor del cine de estudios -que surgió en California pero pronto perdió sus límites geográficos para colonizar el mundo entero- construyó un modelo narrativo inspirado en la literatura de Charles Dickens, donde la moral victoriana se colaba por todos los huecos. Nace así no sólo un cine estrictamente narrativo, apoyado en ciertos mecanismos que sostienen el interés y la tensión durante el transcurso de la función, sino que se impone esa norma tácita que obliga a proteger las buenas costumbres, a defender, aún a base de hipocresía, los valores universales y los derechos del hombre. Y se determina, inquebrantablemente, la necesidad de penalizar a los malvados o ajenos al sistema.
Un ejercicio interesante puede ser comparar al viejo Griffith, al intermedio Hitchcock y al joven Manoj Shyamalan. Tenemos entre manos a tres cineastas que resaltan por sobre la media, que en mayor o menor medida ocupan su lugar en la historia del cine y que, además, instauraron tendencias que marcaron su época. Son, por otra parte, cineastas plenamente cristianos y, si calamos más hondo, cineastas protestantes. Allí podemos reconocer indefectiblemente un sentido de la moral exacerbado, desmedido, casi anacrónico en cualquiera de los tres casos. Claro que las carreras de Griffith y Hitch están ya cerradas, pero la breve y consistente filmografía de Shyamalan -cuya primera película se llama Rezando con odio y su segunda, Wide awake, narra cómo un pequeño alumno pupilo busca a Dios- sigue produciendo eslabones de un mismo y férreo sistema de pensamiento.
Si en algún modo Shyamalan es un autor, en el sentido de tópicos persistentes o en la claridad con la que se distinguen sus películas en cada plano que las compone, se evidencia en su cine un apego no sólo a la misma estructura narrativa sino también a contar la misma historia. Porque Night, igual que los anteriores mencionados y tal vez en parte gracias a ellos, cuenta siempre la misma historia. Y no extraña tampoco que, fiel a su religiosidad mística, filme como dentro de una Iglesia, donde no está permitido hablar; en efecto, el director indio filma como susurrando y es absolutamente adepto a una fotografía seca y despojada, basada en el uso de colores desaturados y de una paleta lanzada hacia los grises. La construcción del mito del héroe, la idea de comunidad idílica aislada del mundo y destruida por una fuerza exterior, la defensa de la familia como núcleo de formación, la entronización de un amor puro y asexuado… Shyamalan siempre está enviando un mismo mensaje evangelizador decorado con relatos fantásticos. Tanto el ascético uso del color como la apelación constante al vacío sonoro dan fuerza a sus proyectos. Y no está de más decir que La aldea sea tal vez la más extrema corporización de los preceptos básicos que Manoj defiende.
Hay en la película diálogos insoportablemente melosos y situaciones impostadas que rozan el kitsch total. El personaje de Brody es grueso y hasta ofensivo. Sin embargo, la intención no es criticar al gran Manoj, que, después de todo, es un tremendo director, un genio. El problema es que, un poco a la manera de Spielberg en sus comienzos, comenzó a creerse su propia genialidad y forzó sus propios límites. Podría pensarse el enrolamiento de Shyamalan (y de Spielberg incluso) en las filas de otro católico moralizador y figura clave en la historia del cine norteamericano, Walt Disney. Cierta búsqueda no sólo de entretener sino también de enseñar y cierta progresiva protección de los menores ante hechos impactantes han restado interés al cine de Night. Para decirlo crudamente, lo han hecho más ñoño. Si se quiere, más naif, emperrado en dar sustitos a la vieja usanza en tiempos donde los grandes sustos están aquí afuera y cerca nuestro. Quizás se esconda allí, en el fondo, su mayor virtud: a pesar de sus traspiés, Shyamalan es un tipo noble.
Guido Segal

This page is powered by Blogger. Isn't yours?

Listed on BlogShares