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domingo, noviembre 28, 2004

Los beneficios del eclecticismo literario 

Alfie (Estados Unidos, 2004). Dirigida por Charles Shyer. Con Jude Law, Marisa Tomei, Susan Sarandon, Omar Epps, Sienna Miller.
ESTRENO
Puntaje: 5

Si hay una experiencia interesante que vale la pena hacer frecuentemente es leer varios libros en simultáneo. El asunto se vuelve aún más rico en matices si ambos libros son tan contrastados, tan radicalmente opuestos en sus perspectivas, que nos obligan a una confrontación interna. Un tercer elemento jugoso se presenta si nos enfrentamos a un objeto cultural, en este caso una película, con esa contienda de intereses en mente.
El postulado de Harold Bloom en El canon occidental es bastante conservador, incluso reaccionario. Su idea central se basa en defender al conjunto de autores canonizados por la enseñanza académica, entronizando a Shakespeare como centro del canon, de los ataques de aquellos grupos a los que Bloom llama "las nuevas críticas literarias": las feministas, los afroamericanos, los homosexuales, los seguidores de Foucault, etc. Estas nuevas posturas defenestran al canon por su ausencia de representatividad de estas minorías a través de la historia, a lo cual Bloom responde que si la historia se dio así, de nada sirve buscarle la quinta pata al gato.
En una vereda absolutamente opuesta, Jack Kerouac elabora en Los Vagabundos del Dharma una extraordinaria reflexión zen, una oda a todas las cosas y a todas las personas, casi una guía de como estar en paz con el universo. Kerouac es lo exactamente opuesto a Bloom, se muestra tolerante, espiritual y abierto a todos y a todo.
No puedo evitar, por lo tanto, interpretar a Alfie desde esas dos veredas. Porque si bien esta remake (no pretendo hablar en absoluto de la versión orginal, a la cual le tengo mucho cariño) arranca como esperamos, con un mujeriego empedernido y juguetón, lentamente va cayendo en esa moralina y ese juicio social tan característicos de estos tiempos cuasi medievales, en lo que respecta al intelecto. Podría hablar de la pobreza de ideas de la película, pero tengo la impresión de que esta falla mencionada tiene sus pilares en cuestiones extracinematográficas, y apelo por ende a Bloom. Si Alfie abandona su pose machista, si deja embarazada a una mujer negra, si en la película deambulan asiáticos y latinos estereotipados; en pocas palabras, si el hombre blanco y exitoso sucumbe ante el avance de los grupos sociales, se debe a la ridícula presión que estas minorías ejercen sobre la Historia, buscando introducir en ella a la fuerza elementos que no le corresponden.
No pretendo criticar las decisiones estéticas de la película, que de hecho me parecen muy acertadas, tanto desde el diseño de producción (con esos toques de color que aportan los carteles en la calle que dicen "Deseo" o "Zero), como desde los procesos de revelado de la película, sea el salto de bleach (proceso por el cual se blanquea la imagen y se hace más contrastada), utilizado cuando Alfie sufre por su salud, o el cross-processing, que incrementa la intensidad de los colores a un nivel artificial y se usa para retratar recuerdos felices.
Mi reproche es contenidista, directamente ideológico. ¿Por qué un mujeriego empedernido debería dejar de serlo? Si lo rodean modelos y jovencitas adorables, ¿Qué puede hacer que quiera ser padre, esposo y buen ciudadano? Respuesta: la sociedad y su moral judeo-cristiana. El error de la película es dejarse llevar por ella (cosa que en la versión de Michael Caine no ocurría) y no tener las agallas para hablar del aborto, de la infidelidad justificada o de la hipocresía moderna.
Aparece en ese momento Kerouac y su visión budista, que me relaja, me abstrae, me lleva a buscar lo bueno y bonito. Y mi crítica hacia el film se aliviana, porque Marisa Tomei está tan extraordinariamente hermosa y adorable como siempre, porque Nueva York en otoño tiene un espléndido color ocre y porque en más de un momento el galancete de Jude Law me roba una sonrisa. A fin de cuentas, hay algo que aprender de cada experiencia humana y aún las películas limitadas pueden entregar, cada tanto, algo para recordar.
Guido Segal.

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