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domingo, octubre 24, 2004

Una triste comparación y sendas razones personales 

Sobre Guido y El amor (primera parte).
ESTRENO
Puntaje: 8

Recientemente tuve la oportunidad - o el desatino, como se prefiera - de rever De cómo Bukowski, una de las vedettes de la nueva serie de cortometrajes que produce la FUC año tras año. El corto en cuestión es prolijo, juega con las variantes del claroscuro que el blanco y negro le permite y está adecuadamente montado. Sin embargo, está recubierto de un tono socarrón y altamente molesto, se regodea en una ambigüedad absolutamente banal con frases del estilo "Bukowski podría vivir solo o residir aún con sus padres" - como si dejar las cosas arbitrariamente en duda fuera más "autoral" - y tiene la necesidad de mostrarnos todo el tiempo que el responsable de la realización es una persona inteligente (más que nosotros) y culta, evidente esto último en la cita al escritor en el título, en la referencia sociológica y sus teorías y en un inaceptable plano donde todos los personajes miran a cámara, analizando irónicamente un retrao en cuyo centro está el espectador.
El comienzo de El amor (primera parte) me remitió inmediatamente a Bukowski. Otra vez el tono soberbio e irónicamente distanciado, me dije, otra vez esa especie de estudio entomológico y ridículamente preciso, pensé, basta de realizadores que se burlan o se distancian de lo que narran. Debo admitir, sin embargo (y que no digan después que los críticos no admitimos nuestros errores) que poco a poco la película me demostró que es otra cosa. Que sus cuatro realizadores y su productor estrella, ese cabrón inteligente y extravagante llamado Mariano Llinás, se comprometieron con el proyecto y no sólo lograron una película compacta y fluída, sino que además se preocuparon por darle una estética y una forma definida, problemas frecuentes en el cine argentino. Reconozco que los carteles godardianos y las precisiones de día y hora tan rohmmerianos me molestaron y que la animación sobre reacciones fisiológicas y emociones me pareció un recurso vacío y gastado.
Pero, como bien resaltaron ya mis colegas, la película se gana un público a partir de su simpleza, de su apabullante capacidad para observar rituales, costumbres y colisiones que todos creemos propias, pero son en realidad válidas para toda la humanidad. Sin vueltas, lo tengo que decir: si la película me parece más que un buen pasatiempo es por razones estrictamente autobiográficas y asumo que todo espectador coincide conmigo. Porque yo también tuve una primera cita en la que fui al teatro y no presté ni medio de atención en las tres horas de función, mirándola callado y anhelando un beso. Yo también tuve un par de meses en los que creí que nada podía salir mal, donde no me concentraba en el estudio, donde tenía que levantar el teléfono cada quince minutos para decir la estupidez más grande del planeta. Yo también me sentí pasivo ante los silencios de muerte y acepté resignado el final, ese que creí que nunca llegaría. Y para colmo Cecilia, igual que Sofía, cumple años el 22 de Noviembre.
El amor (primera parte) acaba siendo una película adorable, inteligente y, por sobre todas las cosas, cuidada. No es snob, no es críptica, no busca dejar afuera a nadie pero a la vez cuida la imagen, trabaja las capas del video digital en simpáticos efectos y establece un entramado sonoro más que interesante (otro mal del cine argentino, donde no sólo no hay un diseñador sonoro, sino que no se escuchan los diálogos). Es una de esas películas que, sin ser perfectas (pero, otra vez, quién pidió perfeccción) hace que el mundo luego de verla parezca un lugar mejor, o menos triste, o más esperanzador. No sé para ustedes, pero para mí ya es mucho decir.
Guido Segal.

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