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miércoles, diciembre 29, 2004

Cine perro salchicha o una nueva arma de combate 

CAPRICHOS


Es muy difícil luchar contra la opinión popular. Y no me refiero a enfrentarse a ese pensamiento masivo por el simple hecho de oponerse, sino a mostrarse diferente cuando uno realmente siente que esa creencia generalizada es obtusa, simplista o, incluso, equivocada. Tampoco se trata de ser fascista o de proponer ideas totalizadoras. Pero seamos realistas: a veces la sociedad legitima objetos culturales que uno detesta y es muy complicado quedarse de brazos cruzados ante ello. Porque todo ser humano odia y ama, y no es absurdo que quiera expresárselo a quienes lo rodean. El argumento de que el cine es puro entretenimiento y no merece batallas me parece, por ende, una falacia, porque el cine también es un medio de difusión de ideología y los choques ideológicos llevan a guerras, que aún peleadas con palabras, no dejan de ser sangrientas.
¿Por qué traer a colación esta eterna discusión nuevamente? Tengo dos motivos: en primer lugar, haciendo zapping televisivo me topé con Eterna sonrisa de New Jersey, único film de Sorín que no había visto (y lo vi, aún si había detestado todas las películas restantes); en segundo lugar, me enteré que Albertina Carri está terminando su tercera película y ya ha recibido un premio para financiar su cuarto largometraje. Dos generaciones, dos formas diferentes de filmar, el mismo objetivo.
Como bien anunciaba Glauber Rocha hace treinta años en su manifiesto intitulado "La estética del hambre", los cineastas latinoamericanos tienen una notoria tendencia a filmar una realidad regional pintoresca y atractiva para que los jurados festivaleros europeos loen sus películas. Es alarmante cómo las palabras de Glauber conservan su vigencia hoy, especialmente en los dos directores citados. Porque Sorín hace un cine asquerosamente demagógico, se autoproclama el representante de la "gente verdadera", como si los pobres, feos que viven en la mitad de la nada fueran gente más sensible y noble. Ni el más rancio neorrealismo de De Sica proponía esto. Que tanto Historias mínimas como El perro sean aclamadas por crítica y público me produce una ira desmedida, sin decir que además me llena de tristeza.
El caso de Carri no es menos urticante. Y no sólo porque Los rubios es una película que pretende ser comprometida pero se queda en el egocentrismo. Su propuesta formal es arbitraria, "moderna" (en el sentido más vacío de la palabra) y se apoya en un tema "serio" para proponer un pastiche mal filmado, mal articulado y terriblemente tedioso. Lo que complica aún más a Albertina es que ella se asume como miembro de la generación que se opone al cine que la generación de Sorín proponía, pero es más de lo mismo, filmando a la dictadura y sus secuelas complacientemente para que el público europeo se regocije. También comete el desliz de colocarse en plano constantemente y colgar el cartel de "una película de", como si fuera Godard o Fellini, pero sin haberse ganado el nombre.
No intentaré hacer el anacronismo de Solanas y Gettino, al proponer un tercer cine, o una nueva vía. Pero sí puedo decir lo que me gustaría que ocurriera. Si el crítico Manny Farber se lanzó a hablar del "Arte Termita", ese que abre las fronteras y se "come" los límites, oponiéndose al "Arte Elefante Blanco", yo haré mi propia categoría. Abogo por un "Cine Perro Salchicha": este can, tan difundido como mascota, es utilizado en el terreno de la caza para atacar a los jabalíes en los testículos, distrayéndolos para que el cazador pueda dispararles.
Un Cine Perro Salchicha debe desmitificar esa imagen fácil y falsa de Latinoamérica y mostrar que acá también hay gente de clase media y alta que no es corrupta, demagógica o criminal. Acá en el Sur, como en todos lados, hay ricos miserables y ricos dignos, pobres gentiles y pobres asesinos. Es hora de frenar esa representación parcial de la sociedad y de recurrir siempre a los mismos tópicos, esos que afuera se venden tan bien: la pobreza, la marginalidad, la represión, la criminalidad. El Cine Perro Salchicha debe lanzarse a ficciones variadas, abrirse a los géneros, romper los estereotipos. Debe ser libre, sin restricciones, sin prejuicios. No debe pensar en el público ni en los festivales, sino que debe ser fiel a sí mismo, a sus creadores, al placer de hacer y de ver cine. El Cine Perro Salchicha debe ser una bestia mitológica que se come todo lo que se le enfrente y no debe ser reducido jamás a un par de normas banales y dogmáticas.
No pretendo hacer una revolución, pero sí expresar lo que deseo. Y no es un deseo ingenuo, o aislado, sino un plan a futuro. Como crítico o como cineasta, no hay forma que me canse de enfrentar a lo que odio, a lo que detesto y a lo que creo que hay que desterrar. Sin movimientos, sin escuelas y sin miramientos, con la cámara en mano o con la palabra siempre ardiente, poniendo la cara ante tanta mierda galardonada.
Guido Segal.

Otra mirada sobre Los rubios, esta vez por Hugo Salas, que se empieza a leer
acá.

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