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jueves, octubre 16, 2003

Naranjú en flor  

El polaquito (Argentina, 2003) Dirigida por Juan Carlos Desanzo. Con Abel Ayala, Marina Glezer, Fernando Roa, Rolly Serrano.
Ficha Técnica.
ESTRENO
Puntaje: 1. En los diarios: Horacio Bernades (Página/12): ; Aníbal M. Vinelli (Clarín): 6; Adolfo C. Martínez (La Nación): 8; Ambito Financiero: 6.

Al Polaquito no lo quiere nadie pero nadie de nadie y encima en el tagline de la película se nos dice que El polaquito es la historia de un gran amor cuando siquiera pasamos cerca de un onanismo con esmero. El Polaquito, que debe su nickname a que se gana su vida cada día cantando temas de Goyeneche en el tren, es un pibe cuya existencia se encuentra delimitada dentro de la humildad y miseria del mundo que lo rodea. Uno de esos lugares que vemos en películas y que pasamos de lejos, de reojo o con la mente en blanco, esos pequeños infiernos en tierra que a través de una parte del llamado nuevo cine argentino consiguió ser plasmado en diversas formas y contenidos. Pequeños retratos que al ser vistos lograron la inmortalidad como Dorian Gray y también establecen un estigma de realismo pastoso que parecía un lugar fácil de recorrer pero del cual costaba salir. Últimamente aquellos facilismos fueron dejados de lado en claros y excelentes ejemplos: El fondo del mar, Nadar solo o Los rubios, por nombrar algunos. Pero Desanzo se anota una media falta y llega tarde, encima de la forma más pueril intenta copiarse y lo hace mal. ¡Qué tarambana este pibe! Es que El polaquito es una mala pasada, un vacuo espacio de protesta apaisada más que apasionada donde ese pibe que canta sufre atrocidades de color realista que parecen pintadas con temperas que venían con la Revista Viva de Clarín. Es más, Desanzo no le brinda al Polaquito ni un poquitín de reverencia, paternidad o una caricia, por lo menos; el amor de La Pelu es tan difícil de creer que ni vale la pena intentarlo y el resto de las caracterizaciones (el cabeza, el malo, la familia) son oficios extraterrestres y dejados de ímpetu. Y eso que ellos no tenían que escuchar el aparatoso e insoportable uso de la música, unos riffs para el bellaco, unos acordes calmos para el amor y un repiqueteo para la tensión. Bueno, ni quiero hablar de un par de canalladas ideológicas como un agradecimiento al Padre Grassi. Siga así, Desanzo, con esa mala yunta y va a ver donde termina. Vaya, vaya, ya puede retirarse.
Juan Manuel Dominguez.

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