viernes, enero 16, 2004
Superficies de placer (o La Apoteosis del Fetiche)
Hoteles (Argentina, 2003). Dirigida por Aldo Paparella. Con Noemí Amaya, Fernando Carballo, Virginia López Etcheverry, Jorge Richter. ¿Ficha técnica?.
ESTRENO
Puntaje: 9. En los diarios: Luciano Montegaudo (Página/12): 7; Diego Lerer (Clarín): 6; Fernando López (La Nación): 4; Paraná Sendrós (Ambito Financiero): 4.
Es probable que no haya ninguna creación tan libre como la videoinstalación. Esta forma de expresión ha avanzado sobre tantos territorios y de tantas maneras diferentes que es casi absurdo intentar clasificarla. Lo único seguro es que se vale de la imagen filmada y que, más allá de proponer un recorrido, le permite al espectador - participante una total libertad para elegir la forma de leer la obra.
Hoteles es una película atípica, espinosa y magnética, y tal vez esto se deba a su acercamiento a la lógica de la videoinstalación: no hay aquí narración lineal ni búsqueda cómplice. Al igual que Bill Viola y sus personalísimas obras en blanco y negro, Paparella desnuda su mundo personal y sus obsesiones secretas, sin dejar de ser sincero, sin evitar ser críptico. De modo similar al ecléctico Nam June Paik y sus pastiches coloridos, el director hace uso de todo formato que tiene a su alcance y a toda textura de la imagen, sin desdeñar la mezcla en un mismo envase de íconos pop, imágenes religiosas o restos marinos. Paparella diseña, lenta y meticulosamente, un viaje de ida, un mundo sin imposiciones, donde cada espectador traza su propia senda de lectura, donde todo vale.
Resulta fascinante por sobre todo el trabajo que efectúa el director con los fetiches y los íconos (tanto religiosos como políticos). Desde una puesta en escena netamente fascinada con los objetos - a tal punto que hasta los cuerpos entrelazados en las escenas de sexo tienes la frialdad de objetos en movimiento - Paparella construye la apoteosis del fetiche, la celebración de las cosas como fuente de satisfacción. La reiteración del coral petrificado o de la bata oriental no sólo dan unidad a las cinco historias sino que enfatizan la idea del fetiche como placer colectivo, como ritual de grupo. Habrá quien critique la arbitrariedad de esas reiteraciones, pero tal vez la mejor manera de entender esos objetos - sutura sea dejándolos ser, apreciar sin buscar explicaciones, disfrutar del superlativo trabajo con la luz (en base a fondos sobreexpuestos, penetrantes luces azules u oscuridades táctiles) sin preguntarse demasiado, como con El camino de los sueños, de David Lynch.
Apreciar Hoteles es darse la posibilidad de hacerlo, aún sabiendo que es una pieza única, irrepeteible, tal vez demasiado hermosa como para ser comprendida racionalmente.
Guido Segal.
ESTRENO
Puntaje: 9. En los diarios: Luciano Montegaudo (Página/12): 7; Diego Lerer (Clarín): 6; Fernando López (La Nación): 4; Paraná Sendrós (Ambito Financiero): 4.
Es probable que no haya ninguna creación tan libre como la videoinstalación. Esta forma de expresión ha avanzado sobre tantos territorios y de tantas maneras diferentes que es casi absurdo intentar clasificarla. Lo único seguro es que se vale de la imagen filmada y que, más allá de proponer un recorrido, le permite al espectador - participante una total libertad para elegir la forma de leer la obra.
Hoteles es una película atípica, espinosa y magnética, y tal vez esto se deba a su acercamiento a la lógica de la videoinstalación: no hay aquí narración lineal ni búsqueda cómplice. Al igual que Bill Viola y sus personalísimas obras en blanco y negro, Paparella desnuda su mundo personal y sus obsesiones secretas, sin dejar de ser sincero, sin evitar ser críptico. De modo similar al ecléctico Nam June Paik y sus pastiches coloridos, el director hace uso de todo formato que tiene a su alcance y a toda textura de la imagen, sin desdeñar la mezcla en un mismo envase de íconos pop, imágenes religiosas o restos marinos. Paparella diseña, lenta y meticulosamente, un viaje de ida, un mundo sin imposiciones, donde cada espectador traza su propia senda de lectura, donde todo vale.
Resulta fascinante por sobre todo el trabajo que efectúa el director con los fetiches y los íconos (tanto religiosos como políticos). Desde una puesta en escena netamente fascinada con los objetos - a tal punto que hasta los cuerpos entrelazados en las escenas de sexo tienes la frialdad de objetos en movimiento - Paparella construye la apoteosis del fetiche, la celebración de las cosas como fuente de satisfacción. La reiteración del coral petrificado o de la bata oriental no sólo dan unidad a las cinco historias sino que enfatizan la idea del fetiche como placer colectivo, como ritual de grupo. Habrá quien critique la arbitrariedad de esas reiteraciones, pero tal vez la mejor manera de entender esos objetos - sutura sea dejándolos ser, apreciar sin buscar explicaciones, disfrutar del superlativo trabajo con la luz (en base a fondos sobreexpuestos, penetrantes luces azules u oscuridades táctiles) sin preguntarse demasiado, como con El camino de los sueños, de David Lynch.
Apreciar Hoteles es darse la posibilidad de hacerlo, aún sabiendo que es una pieza única, irrepeteible, tal vez demasiado hermosa como para ser comprendida racionalmente.
Guido Segal.