miércoles, mayo 19, 2004
Elogio de la inconsistencia
Esplendor Americano (American Splendor, Estados Unidos, 2003). Dirigida por Shari Springer Berman y Robert Pulcini. Con Paul Giamatti y Hope Davis.
ESTRENO
Puntaje: 9
Uno nunca debería escribir (o siquiera pensar) sobre las cosas que ama desmedidamente. Las cosas deberían durar el tiempo que lleva consumirlas y después morir para siempre, permanecer pervertidas por el recuerdo como uno quiere que sean, objetos íntimos al fin. Escribir sobre las películas que uno aprecia es al fin de cuentas buscar razones para quererlas, reducirlas a sus facciones básicas para poder explicar a otros el por qué de nuestra admiración (como si el placer fuera una cuestión de tener razón o no). En fin, todo eso que no habría que hacer lo estoy haciendo ahora y así entierro mi amor.
No me bastó una primera experiencia de American Splendor (filtrada a través de la experiencia cuasi-cinematográfica del divx) y tuve que reincidir en una sala de cine, anhelando revivir el placer inicial; craso error, ya que nunca se vuelve a ver las cosas por primera vez. Lo extraño llegó al momento de transcribir mis ideas sobre la película; a pesar de mi fanatismo inmediato, noté que no poseía ni una idea concreta sobre el por qué de mi entusiasmo, que no tenía ninguna justificación racional de mi preferencia más allá del disfrute.
Hoy, vista a una leve distancia (lujo muy poco frecuente en estos tiempos), me doy cuenta de que American Splendor no innova en lo más mínimo, que bajo su manto de (pos)modernidad se esconde una estructura narrativa lineal y convencional, que su uso del comic es más oportunista que expansivo, que su apelación a los personajes reales refuerza el hilo narrativo clásico antes que experimentar con los límites borrosos entre ficción y realidad. Y sin embargo (como dice Sabina) la quiero. Y me baso pura y exclusivamente en el hecho de que me hizo feliz, de que reí adolescentemente con cada experiencia deprimente de Harvey Pekar y con cada celebración del universo nerd por parte de Tobey, de que hay una mirada tierna y comprensiva hacia esos perdedores amables que se parecen tanto más a la vida real que los Aquiles Pitt o los Paris Bloom.
En fin, tal vez deba decir un poco impúnemente y citando con descuido a Magritte que esto no es una crítica. No es una reseña, no es una crónica, no es un ensayo. Si algo es definitivamente, mis amigos, es un obituario, no tanto para el film en cuestión (que sin dudas hizo méritos para ser tenido en cuenta) sino para quien escribe. Algo se quebró.
Guido Segal.
ESTRENO
Puntaje: 9
Uno nunca debería escribir (o siquiera pensar) sobre las cosas que ama desmedidamente. Las cosas deberían durar el tiempo que lleva consumirlas y después morir para siempre, permanecer pervertidas por el recuerdo como uno quiere que sean, objetos íntimos al fin. Escribir sobre las películas que uno aprecia es al fin de cuentas buscar razones para quererlas, reducirlas a sus facciones básicas para poder explicar a otros el por qué de nuestra admiración (como si el placer fuera una cuestión de tener razón o no). En fin, todo eso que no habría que hacer lo estoy haciendo ahora y así entierro mi amor.
No me bastó una primera experiencia de American Splendor (filtrada a través de la experiencia cuasi-cinematográfica del divx) y tuve que reincidir en una sala de cine, anhelando revivir el placer inicial; craso error, ya que nunca se vuelve a ver las cosas por primera vez. Lo extraño llegó al momento de transcribir mis ideas sobre la película; a pesar de mi fanatismo inmediato, noté que no poseía ni una idea concreta sobre el por qué de mi entusiasmo, que no tenía ninguna justificación racional de mi preferencia más allá del disfrute.
Hoy, vista a una leve distancia (lujo muy poco frecuente en estos tiempos), me doy cuenta de que American Splendor no innova en lo más mínimo, que bajo su manto de (pos)modernidad se esconde una estructura narrativa lineal y convencional, que su uso del comic es más oportunista que expansivo, que su apelación a los personajes reales refuerza el hilo narrativo clásico antes que experimentar con los límites borrosos entre ficción y realidad. Y sin embargo (como dice Sabina) la quiero. Y me baso pura y exclusivamente en el hecho de que me hizo feliz, de que reí adolescentemente con cada experiencia deprimente de Harvey Pekar y con cada celebración del universo nerd por parte de Tobey, de que hay una mirada tierna y comprensiva hacia esos perdedores amables que se parecen tanto más a la vida real que los Aquiles Pitt o los Paris Bloom.
En fin, tal vez deba decir un poco impúnemente y citando con descuido a Magritte que esto no es una crítica. No es una reseña, no es una crónica, no es un ensayo. Si algo es definitivamente, mis amigos, es un obituario, no tanto para el film en cuestión (que sin dudas hizo méritos para ser tenido en cuenta) sino para quien escribe. Algo se quebró.
Guido Segal.