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lunes, septiembre 08, 2003

El imperio de los somníferos 

Balzac y la joven costurera china (Balzac et la petite tailleuse chinoise, Francia/China, 2002). Dirigida por Sijie Dai.
Ficha técnica
ESTRENO
Puntaje: 2

Los pueblos pueden ser adoctrinados y no solamente en cuestiones de ideología. Todo un aparato comercial se ha movilizado, con corporaciones como Miramax a la cabeza, para despertar nuestras dormidas mentes y redefinir ante nuestros dormidos ojos qué es el cine, el movimiento, la belleza. Y así desembocamos en la naciente del cauce: insisten incansablemente en que la belleza es una cualidad puramente exótica, oculta únicamente en la filmografía asiática o centroeuropea. Peor aún, manejan un arbitrario preconcepto de qué es lo bello. Balzac y la joven costurera china, pretencioso título para un soporífero evento, es otra muestra gratis de esa apelación a una cierta hermosura homogeneizante.
¿Acaso no se dan cuenta estos individuos de la pobreza de su compuesto audiovisual? ¿Acaso les importa? Aclarémoslo: no bastan excesivos primeros planos de rostros rugosos ni monumentales paisajes en plano general; no alcanza mencionar constantemente la violencia inherente al régimen revolucionario o caricaturizar cada 5 segundos a Mao; no es suficiente mencionar con insoportable aspiración artística a Balzac, Flaubert, Gogol o Dostoievsky –lugares comunes del “arte noble”-; no nos conformamos con sutiles melodías de violín para resaltar el resplandor de las imágenes.
Si esta es la belleza que tienen para ofrecernos, pueden quedársela: estamos cansados de la autocelebración de sus películas banales. Estamos hasta la coronilla de sus Amélie, de sus No man´s land, de sus La vida es bella; no tenemos por qué seguir tolerando su sentimentalismo de cajón, su emotividad de bidet, su concepción falsa y canallesca de lo estético. La verdadera belleza está en lo espontáneo, en la búsqueda personal y atrevida, en abrir nuevos caminos. Sijie Dai parece haber elegido la variante más insípida para narrar el trío amoroso con la costurera del título como centro; su elección, si acaso se empeñara en expandirla en obras posteriores, la conducirá sin duda al paraíso de los olvidados, espacio hiperpoblado de la historia del cine.
Guido Segal.

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