lunes, octubre 20, 2003
Olvídame y pega la vuelta
Un casamiento inolvidable (Casomai, Italia, 2002). Dirigida por Alessandro D’Alatri. Con Stefania Rocca y Fabio Volo. Ficha técnica.
ESTRENO
Puntaje: 2. En los diarios: Martín Pérez (Página/12): 4; Fernando López (La Nación): 6; Marcelo Zapata (Ambito Financiero): 6; Aníbal M. Vinelli (Clarín): 6.
En Un casamiento inolvidable, Alessandro D’Alatri profesa que la familia cristiana es la base de la sociedad al estilo de un viejo manual de Instrucción Cívica y Ciudadana. No conforme con ello, el realizador italiano apuesta al sacramento del matrimonio, emprende una manifestación en contra de la vida en la rutilante Milano y de la asquerosa sociedad de consumo que fomenta la infidelidad. Para D’Alatri no se puede ser feliz fuera de la unión sagrada. Enojadísimo con el frenesí que exige la capital Lombarda, acusa a la gente que comulga con la “cultura de la reversibilidad” de traidores.
En una aparatosa ceremonia, un cura párroco, emprende un ilustrativo sermón/relato. La perorata eterna previene a la pareja del culto al individualismo, de los problemas de incomunicación, de la adicción al trabajo, de los celos, de las amistades peligrosas, todos factores negativos que amenazan la plenitud de la alianza matrimonial. La sagrada escritura de D’Alatri, asume el plan del Creador: “De manera que ya no son dos sino una sola carne” (Mt 19,6) y representa el amor bajo la pedagogía católica, refrescada con una moderna puesta en escena (las imágenes se estampan luminosas, los elementos del cuadro derrochan diseño italiano, la geométrica barba de Fabio Volo es el súmmum de la estilización).
Como si fuera un falso Pimpinela, D’Alatri desarrolla insufribles metáforas, reclamos, exhortaciones, al modo de Vivir sin ti no puedo, Hay que estar en mi lugar, Te digo blanco, me dices negro, Me hace falta una flor, entre otras joyas del los hermanos dorados. El juego de opuestos en la película carece de articulación, los contrastes no se toman en serio, la poesía deviene en aburridas chanzas (no se puede intentar emular a Pimpinela “si tengo sueño, te vuelves cama” y no morir en el intento).
A kilómetros del frenesí que procura Gabriele Muccino en El último beso (2001) (y en toda su filmografía) se postra Un casamiento inolvidable, ostentando una cobarde y limitada idea del amor.
María Marta Sosa.
ESTRENO
Puntaje: 2. En los diarios: Martín Pérez (Página/12): 4; Fernando López (La Nación): 6; Marcelo Zapata (Ambito Financiero): 6; Aníbal M. Vinelli (Clarín): 6.
En Un casamiento inolvidable, Alessandro D’Alatri profesa que la familia cristiana es la base de la sociedad al estilo de un viejo manual de Instrucción Cívica y Ciudadana. No conforme con ello, el realizador italiano apuesta al sacramento del matrimonio, emprende una manifestación en contra de la vida en la rutilante Milano y de la asquerosa sociedad de consumo que fomenta la infidelidad. Para D’Alatri no se puede ser feliz fuera de la unión sagrada. Enojadísimo con el frenesí que exige la capital Lombarda, acusa a la gente que comulga con la “cultura de la reversibilidad” de traidores.
En una aparatosa ceremonia, un cura párroco, emprende un ilustrativo sermón/relato. La perorata eterna previene a la pareja del culto al individualismo, de los problemas de incomunicación, de la adicción al trabajo, de los celos, de las amistades peligrosas, todos factores negativos que amenazan la plenitud de la alianza matrimonial. La sagrada escritura de D’Alatri, asume el plan del Creador: “De manera que ya no son dos sino una sola carne” (Mt 19,6) y representa el amor bajo la pedagogía católica, refrescada con una moderna puesta en escena (las imágenes se estampan luminosas, los elementos del cuadro derrochan diseño italiano, la geométrica barba de Fabio Volo es el súmmum de la estilización).
Como si fuera un falso Pimpinela, D’Alatri desarrolla insufribles metáforas, reclamos, exhortaciones, al modo de Vivir sin ti no puedo, Hay que estar en mi lugar, Te digo blanco, me dices negro, Me hace falta una flor, entre otras joyas del los hermanos dorados. El juego de opuestos en la película carece de articulación, los contrastes no se toman en serio, la poesía deviene en aburridas chanzas (no se puede intentar emular a Pimpinela “si tengo sueño, te vuelves cama” y no morir en el intento).
A kilómetros del frenesí que procura Gabriele Muccino en El último beso (2001) (y en toda su filmografía) se postra Un casamiento inolvidable, ostentando una cobarde y limitada idea del amor.
María Marta Sosa.