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domingo, noviembre 02, 2003

Argentinísima  

Bar El chino (Argentina, 2003). Dirigida por Daniel Burak. Con Boy Olmi, Jimena La Torre, Juan Pablo Baillinou, José Sacristán.
Ficha técnica.
ESTRENO
Puntaje: 2. En los diarios: Fernando López (La Nación): 6; Aníbal M. Vinelli (Clarín): 6; Paraná Sendrós (Ambito Financiero): 4.

El tango es tierra proclamada por el pasado (en sus letras, en sus tiempos, en sus penas) y, más aún en su praxis auditiva, un terreno en el que la audición del extemporáneo es un suceso mas cercano a la profanación que a la celebración de la llegada de un nuevo oído. Por la vuelta, el documental de Pauls sobre Leopoldo Federico, permitía el descubrimiento y reafirmación a través de un desconocido del tema; la sensibilidad y ética del director permitieron un acercamiento desleal pero a la vez lleno de nobleza, como el tango. En Bar El Chino, la música ciudadana es aquel lugar ocupado con ingreso restringido. El sitio que da nombre a la película, Bar El chino, es un barcito en Pompeya donde se llevan a cabo espectáculos de amateurs y cantantes tangueros. Será un monasterio armado de un romanticismo que se adhiere sobre diferentes superficies, sobre todo si estas están recubiertas de un poco de Tango - ese que catan los que saben -, y afectado por el snobcentrismo de ¨este lugar es nuestra casa¨ que a veces sufrimos los argentinos. El director Daniel Burak utiliza el registro documental a la hora de reconstruir aquel misticismo que el bar parecía emanar y allí peca con la pasión de mostrar sin crear: aquello que ama se convierte en axioma sin ideas detrás. El uso de una serie de entrevistas con el Chino, fallecido dueño del lugar, y algunos espectáculos filmados serán lo que conformen el núcleo documental. Una historia sencilla. La ficción, menos imaginativa y carente de matices, se desarrollará durante fines del 2001 en Argentina. En ese punto del film es donde la pasión parece tornarse en el eco desmedido de pensares populares, el estropajo de una doxa que siente demasiado y reflexiona en el aire acerca de aquel momento tan especial para nuestra historia. Todo será andamio para despachar el tren de las emociones baratas y el cine o el tango ya no pueden ser vehículos de alta velocidad de nacionalización, al menos con una idea tan chata de identidad. Ese ínfimo punto de partida que finaliza en su mismo comienzo, una idea vacía por la nimiez del mismo concepto de representaciones culturales de nuestro país: asado, vinito, tango, garra y quedarse a pelear. Existe un cine nacional (Los rubios, Nadar solo, Tan de repente) que afirma una identidad pero no debe hacerlo mediante productos disponibles en una tienda de recuerdos, sino mediante la constatación de un lazo permanente con su época, sus sentimientos y, en definitiva, con el cine mismo.
Juan Manuel Dominguez.

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