lunes, noviembre 03, 2003
Atrácame si puedes
El gran ladrón (The good thief, 2002). Dirigida por Neil Jordan. Con Nick Nolte,
Ralph Fiennes, Emir Kusturica y Tchéky Karyo. Ficha técnica.
ESTRENO
Puntaje: estoy cansado de poner puntajes. No son representativos. En los diarios: Martín Pérez (Página/12): 7; Diego Lerer (Clarín): 6; Marcelo Zapata (Ambito Financiero): 6; Adolfo C. Martínez (La Nación): 4.
Ser crítico de cine implica todo un problema ontológico. El crítico se autoproclama una autoridad en cuestiones de la imagen y el público, aún a regañadientes, le concede ese lugar. El crítico, extasiado por el poder adquirido, desenfunda su sable corvo y desata su saña con todo tipo de producciones, como si destruir fuese sinónimo de analizar. Eso debe terminar; el crítico debe poder cuestionar y preguntar, pero jamás enojarse, ya que caería en la sandez de que existe un solo tipo de espectador para cada película.
Sería muy fácil enojarse con El gran ladrón. Su constante búsqueda de exotismo publicitario – Niza + elenco multiétnico + Kusturica, en un cameo absolutamente delirante -; su inadmisible elección de montaje, basada en la retención del último fotograma de cada plano por escasos segundos; su torpe indecisión entre quedarse con el retrato cool del robo multimillonario o el relato intimista de un perdedor redimido... todo en la película de Neil Jordan, destacado maestro en el arte del tedio, conduce a la molestia, al aburrimiento, al déjà vu de geografías visuales archiconocidas. Hasta Nick Nolte, el actor más admirablemente cansado de la historia del cine, genera indiferencia.
Sin embargo, a fin de cuentas, enojarse con Jordan sería asumir un rol que no nos corresponde. Se puede remarcar que se embarcó en rehacer una película ya de por sí maravillosa (el film original de Melville roza la perfección) y falló, pero no sería el primero en ese rubro. Tal vez Jordan sea un poco como el personaje de Ralph Fiennes, quien admira las verdaderas obras de arte pero vende sus viles imitaciones; tal vez la falta de ideas lo empujó a un producto
norteamericano con ropa francesa; tal vez...
Tal vez es hora de contener nuestro odio hacia los grandes ladrones del cine y dedicarnos pura y exclusivamente a alabar a los grandes creadores, aquellos que en vez de hurtar momentos regalan recuerdos.
Guido Segal.
Ralph Fiennes, Emir Kusturica y Tchéky Karyo. Ficha técnica.
ESTRENO
Puntaje: estoy cansado de poner puntajes. No son representativos. En los diarios: Martín Pérez (Página/12): 7; Diego Lerer (Clarín): 6; Marcelo Zapata (Ambito Financiero): 6; Adolfo C. Martínez (La Nación): 4.
Ser crítico de cine implica todo un problema ontológico. El crítico se autoproclama una autoridad en cuestiones de la imagen y el público, aún a regañadientes, le concede ese lugar. El crítico, extasiado por el poder adquirido, desenfunda su sable corvo y desata su saña con todo tipo de producciones, como si destruir fuese sinónimo de analizar. Eso debe terminar; el crítico debe poder cuestionar y preguntar, pero jamás enojarse, ya que caería en la sandez de que existe un solo tipo de espectador para cada película.
Sería muy fácil enojarse con El gran ladrón. Su constante búsqueda de exotismo publicitario – Niza + elenco multiétnico + Kusturica, en un cameo absolutamente delirante -; su inadmisible elección de montaje, basada en la retención del último fotograma de cada plano por escasos segundos; su torpe indecisión entre quedarse con el retrato cool del robo multimillonario o el relato intimista de un perdedor redimido... todo en la película de Neil Jordan, destacado maestro en el arte del tedio, conduce a la molestia, al aburrimiento, al déjà vu de geografías visuales archiconocidas. Hasta Nick Nolte, el actor más admirablemente cansado de la historia del cine, genera indiferencia.
Sin embargo, a fin de cuentas, enojarse con Jordan sería asumir un rol que no nos corresponde. Se puede remarcar que se embarcó en rehacer una película ya de por sí maravillosa (el film original de Melville roza la perfección) y falló, pero no sería el primero en ese rubro. Tal vez Jordan sea un poco como el personaje de Ralph Fiennes, quien admira las verdaderas obras de arte pero vende sus viles imitaciones; tal vez la falta de ideas lo empujó a un producto
norteamericano con ropa francesa; tal vez...
Tal vez es hora de contener nuestro odio hacia los grandes ladrones del cine y dedicarnos pura y exclusivamente a alabar a los grandes creadores, aquellos que en vez de hurtar momentos regalan recuerdos.
Guido Segal.