miércoles, enero 21, 2004
Lejos del paraíso
21 gramos (21 grams, Estados Unidos, 2003). Dirigida por Alejandro González Iñárritu. Con Sean Penn, Naomi Watts, Benicio Del Toro, Charlotte Gainsbourg.
Puntaje: 2. En los diarios: Horacio Bernades (Página/12): ; Fernando López (La Nación): 4; Marcelo Zapata (Ambito Financiero): 8; Pablo 0. Scholz (Clarín): 8;
Este segundo largo del mexicano González Iñárritu es una película "importante". Mejor dicho: lo que cierta crítica tan afín a los lugares comunes decreta como "película importante". Esto es: temas comprometidos (muerte, droga, venganza, redención, culpa, donación de órganos, Dios) + actuaciones intensas + estética arty + narración fragmentada. La suma parece muy tentadora y varios cayeron en esa tentación (ver la crítica de Clarín firmada por Pablo Scholz, por ejemplo) pero el resultado es nulo. Detrás de todos esos pesados elementos que Iñárritu utiliza para disimular su estrecha mirada del mundo y el cine, no hay nada de nada. Iñárritu no tiene mucho para decir y es poco lo que se puede rescatar de su segunda película. Apenas si puede desprenderse un pesimismo místico que establece que en la vida todo está prefijado y quienes estén destinados a la fatalidad (por haber cometido algún pecado inicial en algún momento de su vida, como los personajes de Benicio Del Toro y Naomi Watts) jamás lograrán escapar. A esta mirada, que si no llega a indignar del todo es porque su pobreza moral e intelectual la vuelve irrelevante, Iñárritu le suma una estética manierista, exhibicionista y demasiado artificial (imagen con grano, colores ocres) que de tan redundante con lo que retrata multiplica el tono dramático de la historia hasta anularla por completo. Lo poco que el relato ofrece como interesante, los contadísimos momentos en que los personajes cobran algo de vida propia para dejar de ser marionetas de un aburrido y omnipresente dios menor (Iñárritu), son aplastados por las decisiones del director mexicano, que eligió transportar su pesimismo místico a cada una de sus ideas visuales como para que quede claro que el mundo es un feo, largo y trágico camino para pagar nuestros pecados; un mundo en el que sólo nos queda, una vez que estemos al borde de la muerte como el personaje de Sean Penn, decir banalidades sobre el peso del alma.
Sebastián Nuñez.
Puntaje: 2. En los diarios: Horacio Bernades (Página/12): ; Fernando López (La Nación): 4; Marcelo Zapata (Ambito Financiero): 8; Pablo 0. Scholz (Clarín): 8;
Este segundo largo del mexicano González Iñárritu es una película "importante". Mejor dicho: lo que cierta crítica tan afín a los lugares comunes decreta como "película importante". Esto es: temas comprometidos (muerte, droga, venganza, redención, culpa, donación de órganos, Dios) + actuaciones intensas + estética arty + narración fragmentada. La suma parece muy tentadora y varios cayeron en esa tentación (ver la crítica de Clarín firmada por Pablo Scholz, por ejemplo) pero el resultado es nulo. Detrás de todos esos pesados elementos que Iñárritu utiliza para disimular su estrecha mirada del mundo y el cine, no hay nada de nada. Iñárritu no tiene mucho para decir y es poco lo que se puede rescatar de su segunda película. Apenas si puede desprenderse un pesimismo místico que establece que en la vida todo está prefijado y quienes estén destinados a la fatalidad (por haber cometido algún pecado inicial en algún momento de su vida, como los personajes de Benicio Del Toro y Naomi Watts) jamás lograrán escapar. A esta mirada, que si no llega a indignar del todo es porque su pobreza moral e intelectual la vuelve irrelevante, Iñárritu le suma una estética manierista, exhibicionista y demasiado artificial (imagen con grano, colores ocres) que de tan redundante con lo que retrata multiplica el tono dramático de la historia hasta anularla por completo. Lo poco que el relato ofrece como interesante, los contadísimos momentos en que los personajes cobran algo de vida propia para dejar de ser marionetas de un aburrido y omnipresente dios menor (Iñárritu), son aplastados por las decisiones del director mexicano, que eligió transportar su pesimismo místico a cada una de sus ideas visuales como para que quede claro que el mundo es un feo, largo y trágico camino para pagar nuestros pecados; un mundo en el que sólo nos queda, una vez que estemos al borde de la muerte como el personaje de Sean Penn, decir banalidades sobre el peso del alma.
Sebastián Nuñez.