martes, febrero 17, 2004
Leyenda
Más sobre el final de El gran pez.
ESTRENO
Puntaje: 10.
Mi crítica sobre El gran pez debería haberla entregado hace unos cuantos días y cuando finalmente estaba por terminarla Naza Chong subió la suya. Luego de leerla decidí dejar de lado lo que tenía pensado para lanzarme a discutir su punto de vista. El tema en discusión es el final de la película, en el que Burton se juega todo y lleva su mundo al límite, como ya lo había hecho Spielberg en Inteligencia Artificial. La emoción que producen los finales de estos films en los espectadores es muy fuerte, pero esto no se debe a un calculo previo de los directores. Y aquí viene la afirmación de NC que creo errada. Dice NC: "Burton busca lágrimas a partir de la historia personal de cada espectador con su padre"; si esto fuera así estaríamos hablando de un director deshonesto, tanto con sus personajes como con los espectadores, y Burton, al menos hasta ahora, no lo es. Los minutos finales de El gran pez son absolutamente coherentes con los personajes y el desarrollo de la película, por lo tanto se inscribe dentro del universo del relato y no es una búsqueda de lágrimas fáciles. En el final, Ed Bloom (Albert Finney) consigue llegar a su hijo, Will (Billy Crudup), quien por primera vez comprende a su padre y la necesidad de este por vivir en un mundo de fantasías. El hijo entiende que las historias fantásticas que su padre relataba son mejores que las versiones verdaderas de los hechos. El, que está a punto de ser padre también, tal vez encuentre un punto medio para vivir esas fábulas sin caer en las desatenciones de su padre. Y Burton, siempre generoso con sus personajes, entiende a ambos. Por eso, que en el final conjugue los dos mundos, el de las leyendas con el ordinario, es un acto de justicia con sus criaturas. Lo que emociona es la complejidad de ese encuentro entre la fantasía y la realidad (representados en la relación conflictiva entre un padre y un hijo) y no los primeros planos (carentes de importancia en comparación a la cantidad de maravillosas imágenes de ambos funerales). Burton imprime la verdad y la leyenda para que elijamos según nuestra necesidad y nuestros deseos, sin obligarnos a nada, sin querer arrancarnos premeditadamente ningún tipo de emoción. Y si consigue emocionar es porque sus mentiras revelan muchas verdades. Yo elijo y necesito la leyenda, de la misma manera que Winona elegía bailar eternamente bajo la nieve fabricada por otro Edward, el de las manos de tijera.
Sebastián Nuñez.
ESTRENO
Puntaje: 10.
Mi crítica sobre El gran pez debería haberla entregado hace unos cuantos días y cuando finalmente estaba por terminarla Naza Chong subió la suya. Luego de leerla decidí dejar de lado lo que tenía pensado para lanzarme a discutir su punto de vista. El tema en discusión es el final de la película, en el que Burton se juega todo y lleva su mundo al límite, como ya lo había hecho Spielberg en Inteligencia Artificial. La emoción que producen los finales de estos films en los espectadores es muy fuerte, pero esto no se debe a un calculo previo de los directores. Y aquí viene la afirmación de NC que creo errada. Dice NC: "Burton busca lágrimas a partir de la historia personal de cada espectador con su padre"; si esto fuera así estaríamos hablando de un director deshonesto, tanto con sus personajes como con los espectadores, y Burton, al menos hasta ahora, no lo es. Los minutos finales de El gran pez son absolutamente coherentes con los personajes y el desarrollo de la película, por lo tanto se inscribe dentro del universo del relato y no es una búsqueda de lágrimas fáciles. En el final, Ed Bloom (Albert Finney) consigue llegar a su hijo, Will (Billy Crudup), quien por primera vez comprende a su padre y la necesidad de este por vivir en un mundo de fantasías. El hijo entiende que las historias fantásticas que su padre relataba son mejores que las versiones verdaderas de los hechos. El, que está a punto de ser padre también, tal vez encuentre un punto medio para vivir esas fábulas sin caer en las desatenciones de su padre. Y Burton, siempre generoso con sus personajes, entiende a ambos. Por eso, que en el final conjugue los dos mundos, el de las leyendas con el ordinario, es un acto de justicia con sus criaturas. Lo que emociona es la complejidad de ese encuentro entre la fantasía y la realidad (representados en la relación conflictiva entre un padre y un hijo) y no los primeros planos (carentes de importancia en comparación a la cantidad de maravillosas imágenes de ambos funerales). Burton imprime la verdad y la leyenda para que elijamos según nuestra necesidad y nuestros deseos, sin obligarnos a nada, sin querer arrancarnos premeditadamente ningún tipo de emoción. Y si consigue emocionar es porque sus mentiras revelan muchas verdades. Yo elijo y necesito la leyenda, de la misma manera que Winona elegía bailar eternamente bajo la nieve fabricada por otro Edward, el de las manos de tijera.
Sebastián Nuñez.