lunes, marzo 22, 2004
Sin novedad en el frente
Festival de Mar del Plata.
CAPRICHOS
Si hay una palabra para definir el estado psíquico- emocional que despierta este ocaso del Festival marplatense versión 2004, debe ser hastío. Se nota en las extensas caras de los críticos, en las inertes expresiones de los invitados, en el retiro prematuro del público, en las desoladas fiestas nocturnas. La pasión festivalera firmó su parte de defunción y la tibieza nos invadió a todos, quedamos desamparados y solos y ni siquiera la idea de sumergirse constantemente en salas oscuras nos eximió de la desazón de una realidad cada vez más insulsa.
Se acabó, amigos, y me gustaría poder afirmar que fueron diez días inolvidables de encuentro con la crema del cine mundial pero el lácteo nos llegó rancio y en el paladar sólo perdura el sabor ácido de la insatisfacción. Fue tal vez la sección de competencia más pobre de los últimos años, donde destacan la mediocridad absoluta de films como la alemana Gone, el panfletismo demagógico de la italiana Me piace laborare o la cursilería más indigesta de la japonesa Blue Light. Y ni hablar de la galardonada Buena Vida Delivery, de la cual me bastó ver unos fotogramas para notar ese tufillo a viejo cine argentino, a planos de tetas gratuitas, a costumbrismo banal, a diálogos gastados y fechados antes de nacer. La única nota alta es para Dealer, película húngara en la que el uso del color opaco, del sonido sórdido y de extensos travellings circulares se amalgaman para producir un estado de maravilloso transe prolongado.
Si existió un respiro a tanto celuloide vetusto, se produjo en la sección Punto de Vista. Lo curioso es que las mejores películas provienen de directores ya consagrados y son pocos los nombres nuevos que prometen a futuro. El dúo Jorgen Leth y Lars von Trier entregaron un documental exquisito e inteligente, en base a ideas del excéntrico Lars; Manoel de Oliveira rompió todos los esquemas y diseñó con Un Filme Falado el anti crowd-pleaser con final explosivo; Dalí se unió a Disney para crear un choque de mundos que supera cualquier expectativa. Sin embargo, la verdadera gema es la última película de Peter Greenaway, ese experimentador de los sentidos, siempre impulsando al cine hasta su última frontera: su Tulse Luper Suitcases (The Moab Stories) es una fiesta de infinitas capas, de sonidos e imágenes inaprehensibles, de narraciones desmembradas.
Las otras secciones dejaron entrever escasas salvedades. Marina de Van le dio un toque de color a la sección La Mujer y el Cine con su desequilibrada historia de una chica que se come a sí misma (In My Skin) y Mabel Cheung hizo de Traces of a Dragon un aceptable presente familiar para Jackie Chan, ese entrañable amigo de todo cinéfilo. En el turno de la Mirada Documental hubo películas apoyadas en figuras centrales fuertes (como Aileen: Life and death of a Serial Killer, donde la prostituta asesina embiste contra la policía, su familia y amenaza con la llegada de la nave nodriza) y otras cementadas en notables desarrollos formales (The magical life of Long tack Sam, cuyo uso del comic y de fotografías en movimiento le da a la película un tono burlón y absolutamente encantador).
Poco más queda por decir. Las películas de trasnoche decepcionaron, salvo por las juguetonas Beyond Reanimator y Dead End, ambas al borde del abismo en lo que respecta a cumplir con el género. Las fiestas nocturnas ayudaron a levantar el ánimo, conducidas siempre por glamorosas bandas (como Entre Ríos o Adicta) y el simpatiquísimo anfitrión/a Charly Darling nunca perdió la sonrisa.
El consuelo, como de costumbre, es la gastronomía, y la mezcla de sabores de los borrachitos de la confitería Boston con la cerveza verde de Antares (la legendaria Saint Patrick´s Blood) redondean un recuerdo agradable. Al menos uno entre tantos poco agraciados y una buena razón para volver a Mar del Plata el año entrante, ciudad de ancianos, de casinos y, aunque esté en duda, de cine.
Guido Segal.
CAPRICHOS
Si hay una palabra para definir el estado psíquico- emocional que despierta este ocaso del Festival marplatense versión 2004, debe ser hastío. Se nota en las extensas caras de los críticos, en las inertes expresiones de los invitados, en el retiro prematuro del público, en las desoladas fiestas nocturnas. La pasión festivalera firmó su parte de defunción y la tibieza nos invadió a todos, quedamos desamparados y solos y ni siquiera la idea de sumergirse constantemente en salas oscuras nos eximió de la desazón de una realidad cada vez más insulsa.
Se acabó, amigos, y me gustaría poder afirmar que fueron diez días inolvidables de encuentro con la crema del cine mundial pero el lácteo nos llegó rancio y en el paladar sólo perdura el sabor ácido de la insatisfacción. Fue tal vez la sección de competencia más pobre de los últimos años, donde destacan la mediocridad absoluta de films como la alemana Gone, el panfletismo demagógico de la italiana Me piace laborare o la cursilería más indigesta de la japonesa Blue Light. Y ni hablar de la galardonada Buena Vida Delivery, de la cual me bastó ver unos fotogramas para notar ese tufillo a viejo cine argentino, a planos de tetas gratuitas, a costumbrismo banal, a diálogos gastados y fechados antes de nacer. La única nota alta es para Dealer, película húngara en la que el uso del color opaco, del sonido sórdido y de extensos travellings circulares se amalgaman para producir un estado de maravilloso transe prolongado.
Si existió un respiro a tanto celuloide vetusto, se produjo en la sección Punto de Vista. Lo curioso es que las mejores películas provienen de directores ya consagrados y son pocos los nombres nuevos que prometen a futuro. El dúo Jorgen Leth y Lars von Trier entregaron un documental exquisito e inteligente, en base a ideas del excéntrico Lars; Manoel de Oliveira rompió todos los esquemas y diseñó con Un Filme Falado el anti crowd-pleaser con final explosivo; Dalí se unió a Disney para crear un choque de mundos que supera cualquier expectativa. Sin embargo, la verdadera gema es la última película de Peter Greenaway, ese experimentador de los sentidos, siempre impulsando al cine hasta su última frontera: su Tulse Luper Suitcases (The Moab Stories) es una fiesta de infinitas capas, de sonidos e imágenes inaprehensibles, de narraciones desmembradas.
Las otras secciones dejaron entrever escasas salvedades. Marina de Van le dio un toque de color a la sección La Mujer y el Cine con su desequilibrada historia de una chica que se come a sí misma (In My Skin) y Mabel Cheung hizo de Traces of a Dragon un aceptable presente familiar para Jackie Chan, ese entrañable amigo de todo cinéfilo. En el turno de la Mirada Documental hubo películas apoyadas en figuras centrales fuertes (como Aileen: Life and death of a Serial Killer, donde la prostituta asesina embiste contra la policía, su familia y amenaza con la llegada de la nave nodriza) y otras cementadas en notables desarrollos formales (The magical life of Long tack Sam, cuyo uso del comic y de fotografías en movimiento le da a la película un tono burlón y absolutamente encantador).
Poco más queda por decir. Las películas de trasnoche decepcionaron, salvo por las juguetonas Beyond Reanimator y Dead End, ambas al borde del abismo en lo que respecta a cumplir con el género. Las fiestas nocturnas ayudaron a levantar el ánimo, conducidas siempre por glamorosas bandas (como Entre Ríos o Adicta) y el simpatiquísimo anfitrión/a Charly Darling nunca perdió la sonrisa.
El consuelo, como de costumbre, es la gastronomía, y la mezcla de sabores de los borrachitos de la confitería Boston con la cerveza verde de Antares (la legendaria Saint Patrick´s Blood) redondean un recuerdo agradable. Al menos uno entre tantos poco agraciados y una buena razón para volver a Mar del Plata el año entrante, ciudad de ancianos, de casinos y, aunque esté en duda, de cine.
Guido Segal.