jueves, septiembre 18, 2003
Irish, go home!
The Thrills: Big Sur. Click para ver el video en Windows Media high Med Low Click para ver el video en formato Real High Med Low. Dirigido por Diane Martel. Página web oficial. Del disco So Much for the City (Virgin, 2003).
VIDEOCLIP
Puntaje: 4
La gran avalancha de formaciones rock-pop retro de los últimos cinco años no ha cambiado la lógica del videoclip como arte. Desde el nacimiento de Mtv hasta nuestros días, los videos pueden dividirse en dos categorías: los que se acoplan a la melodía como única función y los que van más allá del sonido en cuestión. Los primeros son fácilmente reconocibles en sus numerosas facetas: banda tocando en un garage, acumulación extensiva de elementos incompatibles, aceleración gratuita, etc.
Pese a apelar a la artimaña de “soy cool porque me hago el tonto”, los dublineses de The Thrills – apadrinados por Morrisey, estatua viviente o ícono muerto- presentan para el corte Big Sur un video netamente vacío. Se podrá defender su coherencia, ya que la canción también carece de interés a nivel sonoro o contenidista, pero eso no impide que su brisa marina californiana sea apenas un monigote de la leyenda que Brian Wilson y sus chicos de la playa nos legaron. En cuanto a la imagen, estamos en presencia de la torpe variante de acumulación: blondas despampanantes, tablas de surf, patitos de plástico, arena, sol y el mar azul, todo ensalzado en un collage tedioso. No, amigos, la estética setentosa no alcanza para engalanar lo impresentable.
Ante el riesgo de total desinterés, rescatemos del naufragio dos cosas: el prólogo y la presencia del piano. Si bien el primero es tan fallido como el total, su tono juguetón se inserta en medio del tedio y eso le da un encanto que las monerías playeras no poseen. Los ceñidos trajes azules, las gorras bicolores y las hojas en la pileta parecen ser un paisaje más adecuado para estos patanes de pueblo que la soleada costa californiana. El piano, por su parte, remite con su absurda aparición a la formidable presentación de Monthy Python´s Flying Circus, y el choque que supone ver a un instrumento “noble” en medio de un ambiente promiscuo y jovial otorga a ciertos momentos el brillo del nonsense.
Sin embargo, las cartas están jugadas y un ruiseñor no hace verano. Tampoco bastan el sol y el surf para que ese suave viento de mar nos bese las mejillas, como si la misma California nos abriese sus puertas de oro.
Guido Segal.
VIDEOCLIP
Puntaje: 4
La gran avalancha de formaciones rock-pop retro de los últimos cinco años no ha cambiado la lógica del videoclip como arte. Desde el nacimiento de Mtv hasta nuestros días, los videos pueden dividirse en dos categorías: los que se acoplan a la melodía como única función y los que van más allá del sonido en cuestión. Los primeros son fácilmente reconocibles en sus numerosas facetas: banda tocando en un garage, acumulación extensiva de elementos incompatibles, aceleración gratuita, etc.
Pese a apelar a la artimaña de “soy cool porque me hago el tonto”, los dublineses de The Thrills – apadrinados por Morrisey, estatua viviente o ícono muerto- presentan para el corte Big Sur un video netamente vacío. Se podrá defender su coherencia, ya que la canción también carece de interés a nivel sonoro o contenidista, pero eso no impide que su brisa marina californiana sea apenas un monigote de la leyenda que Brian Wilson y sus chicos de la playa nos legaron. En cuanto a la imagen, estamos en presencia de la torpe variante de acumulación: blondas despampanantes, tablas de surf, patitos de plástico, arena, sol y el mar azul, todo ensalzado en un collage tedioso. No, amigos, la estética setentosa no alcanza para engalanar lo impresentable.
Ante el riesgo de total desinterés, rescatemos del naufragio dos cosas: el prólogo y la presencia del piano. Si bien el primero es tan fallido como el total, su tono juguetón se inserta en medio del tedio y eso le da un encanto que las monerías playeras no poseen. Los ceñidos trajes azules, las gorras bicolores y las hojas en la pileta parecen ser un paisaje más adecuado para estos patanes de pueblo que la soleada costa californiana. El piano, por su parte, remite con su absurda aparición a la formidable presentación de Monthy Python´s Flying Circus, y el choque que supone ver a un instrumento “noble” en medio de un ambiente promiscuo y jovial otorga a ciertos momentos el brillo del nonsense.
Sin embargo, las cartas están jugadas y un ruiseñor no hace verano. Tampoco bastan el sol y el surf para que ese suave viento de mar nos bese las mejillas, como si la misma California nos abriese sus puertas de oro.
Guido Segal.