domingo, septiembre 28, 2003
Mientras mi guitarra llora gentilmente
Erase una vez en México (Once upon a time in Mexico, México/Estados Unidos, 2003) Dirigida por Robert Rodríguez Con Antonio Banderas, Salma Hayek, Willem Dafne, Johnny Depp, Enrique Iglesias. Ficha Técnica.
ESTRENOS
Puntaje: 5. En los diarios: Martín Pérez (Página/12): 6; Diego Lerer (Clarín): 6; Adolfo C. Martínez (La Nación): 4; Ambito Financiero: 6.
El hombre de la bandana, Robert Rodríguez, es un genial (de)constructor de universos que son cimentados a partir de pequeñas piezas extraídas de la realidad, del imaginario mundo del comic y principalmente del cine mismo. Aquello de que la felicidad es un revolver caliente fue entendido a la perfección por Rodríguez, un director que asume el control total de sus obras desde la filmación hasta la edición pasando por la musicalización. Pero Rodríguez hace de la felicidad, un acorde punk no pop. Lo demostró al calor de sus armas en casi toda su filmografía, llevándolo al limite en su mejor film Del crepúsculo al amanecer y en las dos películas antecesoras a Erase una vez en México, El Mariachi y la hipérbole con dedo en el gatillo que es Desperado: La balada del pistolero. En lugar de un acorde lo correcto seria decir cuatro acordes, al dominante estilo Ramones, constantes pero que pueden llegar a un nivel de amor y furia que contagian hasta la más mínima partícula de sus películas. Todo en sus films huele a espíritu adolescente y Erase… no es la anomalía, incluso podría ser la mas pueril de sus fantasías, si tomamos en cuenta el megaelenco, una ayudita de sus amigos, desperdiciado y el fin de una saga que nunca soñó tales confines. Pero la dosificación exacta de quietud característica de Rodríguez desaparece y aquel libertinaje casi etéreo en la historia y el modo de contar se transforman en un camino de aventuras que se bifurcan, se amontonan y jamás logran un cruce; hasta llegan a tomar el color de una excusa. No solo falla en la acción sino humedece la pólvora de sus disparadores (el rey Leone) para asfixiarse en un gran todo que nunca tuvo partes concretas. Nada, ni nadie logra un verdadera dimensión y todo lo que agrega by the way logra una cacofonía que decepciona, un pastiche de circunstancias encastradas por la fuerza unas con otras. Solo unos breves destellos puramente Rodríguez como Salma Hayek y los cuchillos (oh, my fuckin god) salvan el día pero que no alcanzan para saldar el rojo de la cuenta corriente que Robert abrió en nuestras cabezas.
Juan Manuel Dominguez.
ESTRENOS
Puntaje: 5. En los diarios: Martín Pérez (Página/12): 6; Diego Lerer (Clarín): 6; Adolfo C. Martínez (La Nación): 4; Ambito Financiero: 6.
El hombre de la bandana, Robert Rodríguez, es un genial (de)constructor de universos que son cimentados a partir de pequeñas piezas extraídas de la realidad, del imaginario mundo del comic y principalmente del cine mismo. Aquello de que la felicidad es un revolver caliente fue entendido a la perfección por Rodríguez, un director que asume el control total de sus obras desde la filmación hasta la edición pasando por la musicalización. Pero Rodríguez hace de la felicidad, un acorde punk no pop. Lo demostró al calor de sus armas en casi toda su filmografía, llevándolo al limite en su mejor film Del crepúsculo al amanecer y en las dos películas antecesoras a Erase una vez en México, El Mariachi y la hipérbole con dedo en el gatillo que es Desperado: La balada del pistolero. En lugar de un acorde lo correcto seria decir cuatro acordes, al dominante estilo Ramones, constantes pero que pueden llegar a un nivel de amor y furia que contagian hasta la más mínima partícula de sus películas. Todo en sus films huele a espíritu adolescente y Erase… no es la anomalía, incluso podría ser la mas pueril de sus fantasías, si tomamos en cuenta el megaelenco, una ayudita de sus amigos, desperdiciado y el fin de una saga que nunca soñó tales confines. Pero la dosificación exacta de quietud característica de Rodríguez desaparece y aquel libertinaje casi etéreo en la historia y el modo de contar se transforman en un camino de aventuras que se bifurcan, se amontonan y jamás logran un cruce; hasta llegan a tomar el color de una excusa. No solo falla en la acción sino humedece la pólvora de sus disparadores (el rey Leone) para asfixiarse en un gran todo que nunca tuvo partes concretas. Nada, ni nadie logra un verdadera dimensión y todo lo que agrega by the way logra una cacofonía que decepciona, un pastiche de circunstancias encastradas por la fuerza unas con otras. Solo unos breves destellos puramente Rodríguez como Salma Hayek y los cuchillos (oh, my fuckin god) salvan el día pero que no alcanzan para saldar el rojo de la cuenta corriente que Robert abrió en nuestras cabezas.
Juan Manuel Dominguez.