sábado, septiembre 27, 2003
Yo confieso
Ambiciones secretas (Confidence, Estados Unidos, 2003) Dirigida por James Foley. Con Edward Burns, Dustin Hoffman y Andy García. Ficha técnica.
ESTRENO
Puntaje: 5. En los diarios: Luciano Monteagudo (Página/12): 4; Hugo Caligaris (La Nación): 4; Paraná Sendrós (Ambito Financiero): 4; Aníbal M. Vinelli (Clarín): 4.
Steven Soderbergh hizo de la falsa remake de Once a la medianoche, un desfile cool de mega actores. Ocean’s Eleven derrochaba vestuario, encanto, diseño, caminatas coreográficas, más una plomiza musiquita que subrayaba la modernidad del ostentoso relato de Soderbergh. En Ambiciones secretas, James Foley coquetea con la premisa de Soderbergh de hacer un cine fresco. La confesión del estafador -allí el impecable George Clooney y aquí el elegante Ed Burns-, desencadenará el pretencioso relato.
Tanto en Ambiciones secretas como en Ocean’s Eleven el tiempo del relato va hacia atrás. En ambas películas, los estafadores remiten al inicio de la historia, desarrollando el discurso fílmico desde su punto de vista. Por más que el narrador intradiegético (es el personaje) aporte informaciones narrativas siempre nuevas para el espectador, el aparatoso tono adoptado juega contra la trama, ya que exhibe en demasía las patas de la mentira.
La lógica de Foley se oxida a medida que se suceden los imperturbables monólogos de Burns. Jake expone el atraco arrodillado, mientras su rostro cobra protagonismo absoluto en el plano (situación que se perpetuará en todo el tiempo de la película, el director parece decido a mostrar el garbo del actor, Burns se desenvuelve con encanto en planos de todo tipo). El rostro y la voz, también inconmovible, asumirán los riesgos de la confidencia, pero ante los flasbacks la intriga comienza a desplomarse.
El cuerpo de Burns comparte pantalla con el resto del consagrado elenco, todos acicalados y dispuestos a la galanura requerida para la ocasión, se despachan con enérgicas interpretaciones. El despilfarro de talento pone en peligro el estilo, desde un Dustin Hoffman insano hasta una Rachel Weisz chabacana, sobradas muestras de que resulta imposible imponer la elegancia. Por fortuna, el final alcanza la apostura y despega de la presuntuosa narrativa para llegar, por fin, a un espacio soberbio: un último flasback que permite la secuencia final, todo musicalizado de principio a fin con la extraordinaria Clocks, interpretada por Coldplay.
María Marta Sosa.
ESTRENO
Puntaje: 5. En los diarios: Luciano Monteagudo (Página/12): 4; Hugo Caligaris (La Nación): 4; Paraná Sendrós (Ambito Financiero): 4; Aníbal M. Vinelli (Clarín): 4.
Steven Soderbergh hizo de la falsa remake de Once a la medianoche, un desfile cool de mega actores. Ocean’s Eleven derrochaba vestuario, encanto, diseño, caminatas coreográficas, más una plomiza musiquita que subrayaba la modernidad del ostentoso relato de Soderbergh. En Ambiciones secretas, James Foley coquetea con la premisa de Soderbergh de hacer un cine fresco. La confesión del estafador -allí el impecable George Clooney y aquí el elegante Ed Burns-, desencadenará el pretencioso relato.
Tanto en Ambiciones secretas como en Ocean’s Eleven el tiempo del relato va hacia atrás. En ambas películas, los estafadores remiten al inicio de la historia, desarrollando el discurso fílmico desde su punto de vista. Por más que el narrador intradiegético (es el personaje) aporte informaciones narrativas siempre nuevas para el espectador, el aparatoso tono adoptado juega contra la trama, ya que exhibe en demasía las patas de la mentira.
La lógica de Foley se oxida a medida que se suceden los imperturbables monólogos de Burns. Jake expone el atraco arrodillado, mientras su rostro cobra protagonismo absoluto en el plano (situación que se perpetuará en todo el tiempo de la película, el director parece decido a mostrar el garbo del actor, Burns se desenvuelve con encanto en planos de todo tipo). El rostro y la voz, también inconmovible, asumirán los riesgos de la confidencia, pero ante los flasbacks la intriga comienza a desplomarse.
El cuerpo de Burns comparte pantalla con el resto del consagrado elenco, todos acicalados y dispuestos a la galanura requerida para la ocasión, se despachan con enérgicas interpretaciones. El despilfarro de talento pone en peligro el estilo, desde un Dustin Hoffman insano hasta una Rachel Weisz chabacana, sobradas muestras de que resulta imposible imponer la elegancia. Por fortuna, el final alcanza la apostura y despega de la presuntuosa narrativa para llegar, por fin, a un espacio soberbio: un último flasback que permite la secuencia final, todo musicalizado de principio a fin con la extraordinaria Clocks, interpretada por Coldplay.
María Marta Sosa.