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domingo, septiembre 21, 2003

Verdad - consecuencia 

El adversario (L’adversaire, Francia, 2002). Dirigida por Nicole Garcia. Con Daniel Auteuil, Géraldine Pailhas y François Cluzet.
Ficha técnica.
ESTRENO
Puntaje: 9. En los diarios: Luciano Monteagudo (Página/12): 8; Nan Giménez (Ambito Financiero): 8; Pablo 0. Scholz (Clarín): 8; Adolfo C. Martínez (La Nación): 6.

Haber visto el mismo día El fondo del mar, de Damián Szifrón, y a continuación El adversario fue algo así como un ejercicio de puntos de vista frente a la verdad/realidad que excedió lo cinematográfico. En la primera película hay un hombre que busca desesperadamente conocer una verdad oculta, misteriosa, y la historia se centra en la persecución obsesiva de ese conocimiento. En El adversario, por el contrario, el protagonista es un hombre (Daniel Auteuil, en la piel de Jean Marc Faure) rodeado por personas que no pueden ver la verdad, a pesar de que para él es una necesidad vital –comparable al óxigeno– que lo descubran. Lo terrible no es ser descubierto, sino no ser descubierto. Eso se escucha al principio de la cuarta película de Nicole Garcia basada en la novela de Emanuel Carrère sobre un caso real sucedido en 1993.
Si bien el relato tiene muchos puntos de contacto con El empleo del tiempo (se inspira en el mismo hecho) de Laurent Cantet, el desasosiego es muchísimo más profundo. La historia de El adversario va y viene todo el tiempo, rompiendo la linealidad temporal y el suspenso, sin afectar el clima de angustia y opresión que se respira durante toda la película. La mentira se construye paso a paso y la negación de su vuelta atrás es inversamente proporcional a ese crecimiento, a pesar de la frustración latente en el protagonista de ese deseo de ser descubierto. La fantasía generada y transmitida por el propio Jean Marc supera la realidad y él mismo termina destruyéndola. Ese proceso de destrucción es pausado y cada vez más complejo, y el miedo y la culpa lo acompañan de principio a fin.
El respeto y la distancia elegidos para retratar a los personajes de esta tragedia logra que el espectador sienta en su propia piel esa transpiración pegagosa que emana Daniel Auteuil durante muchas escenas. Si a esto sumamos la densa intensidad de la música, de Angelo Badalamenti –pieza arquetípica en el universo de David Lynch–, que de alguna manera relaciona al protagonista con esos personajes deformes y monstruosos que son un sello del director americano, el rompecabezas se va completando. La muerte, la sordidez, el frío y los espacios, tanto geográficos como afectivos, dan cuenta de una maestría en su combinación que logra un resultado fascinantemente sombrío.
Fabiana Ferraz.

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