jueves, febrero 05, 2004
Demasiado ego
Las invasiones bárbaras (Les invasions barbares, Canada/Francia, 2003). Dirigida por Denys Arcand. Con Rémy Girard, Stéphane Rousseau, Marie-Josée Croze, Marina Hands, Dorothée Berryman, Johanne-Marie Tremblay, Yves Jacques, Pierre Curzi y Daniel Brière. Ficha técnica.
ESTRENO
Puntaje: 3
El canadiense Denys Arcand es un director pretensioso, de eso no hay duda. También es indiscutible que sus pretensiones siempre vuelan mucho más alto que sus logros. Como prueba pueden tomarse todas sus películas anteriores. Sin embargo, Las invasiones bárbaras es una evidencia todavía más contundente que todas aquellas juntas, ya que en esta oportunidad llegó a lo más bajo de su producción. Retomando varios personajes de La decadencia del imperio americano, Arcand se despacha con una comedia dramática sin gracia ni intensidad y dueña de una puesta en escena rutinaria en sus mejores momentos y torpe en la mayoría de su duración (los movimientos de cámara son más feos que los de Pablo César). Debajo de este formato, Arcand hecha una mirada del mundo, al parecer muy distinguida, para mostrar estereotipos para todos los gustos: desde sindicalistas gordos a heroinómanos deprimidos, pasando por capitalistas que solucionan todo con dinero y dealers cínicos. Hay muchos más, como por ejemplo una mujer linda y de tetas grandes que, como tal, es estúpida y egoísta. Así, con estos elementos, el director canadiense intenta hacer reír, emocionar y decir algo sobre el mundo actual. Claro que no dice nada, sino que más bien acumula lugares comunes sin dejar espacio a una sola idea interesante. Ni siquiera es posible identificarse con los personajes (muy antipáticos todos, a excepción de la yonqui interpretada por Marie-Josée Croze) porque no son más que distintas voces de una misma persona. En cada diálogo, en cada sentencia, en cada chiste que sale de la boca de algunos de ellos se nota la mano de Arcand escribiendo esas líneas. Todas las palabras remiten a un "más allá de la película" -como alguna vez escribió Rohmer- y es por eso que resultan demasiado artificiales. Y ese "más allá" es nada más ni nada menos que el ego de Arcand, un engreído cuya necesidad de hacer notar su "genialidad" es más fuerte que la de hacer una película.
Sebastián Nuñez.
ESTRENO
Puntaje: 3
El canadiense Denys Arcand es un director pretensioso, de eso no hay duda. También es indiscutible que sus pretensiones siempre vuelan mucho más alto que sus logros. Como prueba pueden tomarse todas sus películas anteriores. Sin embargo, Las invasiones bárbaras es una evidencia todavía más contundente que todas aquellas juntas, ya que en esta oportunidad llegó a lo más bajo de su producción. Retomando varios personajes de La decadencia del imperio americano, Arcand se despacha con una comedia dramática sin gracia ni intensidad y dueña de una puesta en escena rutinaria en sus mejores momentos y torpe en la mayoría de su duración (los movimientos de cámara son más feos que los de Pablo César). Debajo de este formato, Arcand hecha una mirada del mundo, al parecer muy distinguida, para mostrar estereotipos para todos los gustos: desde sindicalistas gordos a heroinómanos deprimidos, pasando por capitalistas que solucionan todo con dinero y dealers cínicos. Hay muchos más, como por ejemplo una mujer linda y de tetas grandes que, como tal, es estúpida y egoísta. Así, con estos elementos, el director canadiense intenta hacer reír, emocionar y decir algo sobre el mundo actual. Claro que no dice nada, sino que más bien acumula lugares comunes sin dejar espacio a una sola idea interesante. Ni siquiera es posible identificarse con los personajes (muy antipáticos todos, a excepción de la yonqui interpretada por Marie-Josée Croze) porque no son más que distintas voces de una misma persona. En cada diálogo, en cada sentencia, en cada chiste que sale de la boca de algunos de ellos se nota la mano de Arcand escribiendo esas líneas. Todas las palabras remiten a un "más allá de la película" -como alguna vez escribió Rohmer- y es por eso que resultan demasiado artificiales. Y ese "más allá" es nada más ni nada menos que el ego de Arcand, un engreído cuya necesidad de hacer notar su "genialidad" es más fuerte que la de hacer una película.
Sebastián Nuñez.