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domingo, febrero 22, 2004

Gracias por la magia (y aguante la ficción) 

Todavía más sobre el final de El gran pez.
ESTRENO
Puntaje: 8

Como esos parientes inescrupulosos que suelen engañar a los más chicos de la familia con hombres de la bolsa que raptan a los que se portan mal, con generosos ratones que financian la caída de dentaduras o con sapos que crecen en las panzas de los que comen y no convidan. Así es Edward Bloom, un tipo que le contó las aventuras de su vida a su hijo Will como una fábula plagada de sucesos mágicos y de seres imposibles.
De grande, Will se propone investigar cómo fue el pasado de su padre en realidad porque siente que no lo conoce.
Al principio Edward puede parecer -a mí al menos me pasó- un viejo desagradable, engreído y fanfarrón. Pero el proceso de la película hace que comprendamos que su intención no era otra más que embellecer la historia: como un chico, Ed no miente, a veces exagera.
Tim Burton no redime al cuentero (de hecho, un médico le dice a Will cómo fue el día de su nacimiento: su padre estaba de viaje de negocios y su mamá lo parió como a cualquier bebé). Pero después de un largo recorrido el hijo logra entender al padre y le crea un final para su vida acorde con las historias de hadas que le contaba cuando era chico.
Como si fuera poco, Burton corta y pasa directamente al funeral: en una escena archiemocionante están reunidos todos los personajes fantásticos de los que hablaba el viejo en sus relatos. TB, otra vez, nos muestra que puede haber una verdad bigger than life que sólo es posible en la ficción, en los cuentos de Edward, en el cine mismo. Y que en esas ficciones -como el pescado que se le escapa a Ed y como su fábula- podemos ser eternos.
(Yo, como Edward, quisiera ser un pez).
Agustina Larrea.

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