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lunes, febrero 23, 2004

Perdidos y encontrados 

Todavía más sobre Perdidos en Tokio.
ESTRENO
Puntaje: 10.

Ningunos perdidos en Tokio. Si de algo se trata Lost in Translation es de una película de encontrados. Pero por una burda simplificación marketinera, por comodidad ñoña o lisa y llana estupidez el título vernáculo de la película de Sofia Coppola "pierde en la traducción" -¡zás!- la intención del original en inglés.
Es más, pierde de vista un aspecto central: la fluorescente Tokio se diluye para abrirle lugar a una unión indoors. El flechazo entre Bob (Bill Murray) y Charlotte (Scarlet Johansson) -aunque ella lo ignore- se produce en un ascensor. Las miradas que cruzan esa chica casada con el patán más grande del planeta y el actor veterano que "está de vuelta" transcurren en el bar de un hotel. La escena de mayor proximidad entre ellos se da cuando los dos, tirados en la cama, hablan sobre sus vidas y él, tiernísimo, le acaricia un pie.
La ciudad es el fondo, la vemos todo el tiempo por la ventana. Y cuando no, hay encuentro (cómo olvidar la última secuencia cuando Bob ve -no pierde- a Charlotte entre la multitud y se besan, cuando ellos corren como chicos entre los videojuegos o el intercambio de canciones en el karaoke).
Así, el título "Perdidos en Tokio" resulta una falacia por donde se lo mire. Y un insulto al discreto encanto de SC, que no iba a permitir ninguna obviedad ni una metáfora trillada del tipo "qué chicos que somos en una ciudad tan grande" como Tokio, con sus infinitos carteles de neón y las risitas histéricas de los amables nipones.
Parece redundante decir que Bill Murray es -en varios aspectos- enorme: SC nos lo muestra en un ascensor rodeado de gente que no le llega ni al hombro. Todo el desencanto, toda la tristeza y toda la melancolía se reflejan en su agrietada y hermosa cara. Ante tal evidencia, SC prescinde de las palabras y nos regala gestos que no necesitan intérprete.
Recuperar eso que se pierde en cualquier traducción resulta una misión tan imposible como la propia historia de amor entre Bob y Charlotte que -como todas- nace y se muere en miradas, en guiños, en lo inasible.
Agustina Larrea.

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