lunes, febrero 23, 2004
Sin sorpresas
Los testigos ( The gathering, Inglaterra, 2002). Dirigida por Brian Glibert. Con Christina Ricci, Kerry Fox, Mackenzie Crook, Harry Forrester. Ficha técnica.
ESTRENOS
Puntaje: 3
M. Night Shyamalan es uno de los directores (para mí, el mejor) más importantes y complejos que existen en Hollywood hoy en día y desde hace años. Entre sus películas se encuentran Sexto Sentido, El protegido y Señales, siendo la primera la más floja y las dos últimas obras maestras. Existen dos películas anteriores a las tres mencionadas pero en aquellas, al parecer, no desarrollaba aún las huellas de su autoría como lo haría después. Su maestría nace en la perfección para la puesta de escena en cada una de las películas mencionadas, con el universo de infinita tristeza habitado por familias destrozadas sobre el cual suelen girar argumentalmente sus películas, en cómo recoge el guante -o la silueta- hitchcockiana y hace de fantasmas, superpoderes y marcianos simples excusas del argumento, aquello que el gran Alfred bautizó como McGuffin, para explayarse sobre las conexiones humanas.
El final de Sexto sentido, su film más conocido, tuvo ecos (mortales) varios desde intentos de calcar su universo hasta el certificado de reconocimento universal que es la parodia. El final del film, donde gracias a una vuelta de tuerca silenciosa y no una mecánica y escandalosa como suele suceder, descubríamos qué sucedía en realidad con el personaje de Bruce Willis y quedábamos aturdidos. En Los testigos existe un proceso similar pero copiado por encima del hombro por parte del director Brian Gilbert. Todo aquello que funciona en Shyamalan aquí es dejado de lado por lo que sería el rasgo más superficial de su cine: la vuelta de tuerca (mal entendida como pirotecnia argumental). Sexto Sentido funcionaba más allá de su giro. Por eso sorprendía y generaba un corte en la memoria cinéfila pop-pular. Gilbert se atrinchera en su final y en la idea que aquellos testigos son en realidad algo que sorprenderá de forma mesiánica. Para eso arrastra al relato de los pies sin mirar contra qué golpea, lo hace colisionar para prosperar: la iglesia que será génesis de la historia es descubierta gracias a la caída de dos jóvenes en un pozo, Ricci es atropellada y entonces pierde la memoria, algo esencial para el relato. Por depender sólo de aquel desenlace se olvida de la lógica de su relato y de la creación de climas. Acá clima es traducido en quiebre del tono del relato por plano que contrasta visualmente o por ruido estrepitoso. Y cuando se disipa el humo del argumento, sólo quedan un par de persuasiones místicas contra el voyeurismo. Y la alegría y tristeza de que Shyamalan hay uno solo.
Juan Manuel Dominguez.
ESTRENOS
Puntaje: 3
M. Night Shyamalan es uno de los directores (para mí, el mejor) más importantes y complejos que existen en Hollywood hoy en día y desde hace años. Entre sus películas se encuentran Sexto Sentido, El protegido y Señales, siendo la primera la más floja y las dos últimas obras maestras. Existen dos películas anteriores a las tres mencionadas pero en aquellas, al parecer, no desarrollaba aún las huellas de su autoría como lo haría después. Su maestría nace en la perfección para la puesta de escena en cada una de las películas mencionadas, con el universo de infinita tristeza habitado por familias destrozadas sobre el cual suelen girar argumentalmente sus películas, en cómo recoge el guante -o la silueta- hitchcockiana y hace de fantasmas, superpoderes y marcianos simples excusas del argumento, aquello que el gran Alfred bautizó como McGuffin, para explayarse sobre las conexiones humanas.
El final de Sexto sentido, su film más conocido, tuvo ecos (mortales) varios desde intentos de calcar su universo hasta el certificado de reconocimento universal que es la parodia. El final del film, donde gracias a una vuelta de tuerca silenciosa y no una mecánica y escandalosa como suele suceder, descubríamos qué sucedía en realidad con el personaje de Bruce Willis y quedábamos aturdidos. En Los testigos existe un proceso similar pero copiado por encima del hombro por parte del director Brian Gilbert. Todo aquello que funciona en Shyamalan aquí es dejado de lado por lo que sería el rasgo más superficial de su cine: la vuelta de tuerca (mal entendida como pirotecnia argumental). Sexto Sentido funcionaba más allá de su giro. Por eso sorprendía y generaba un corte en la memoria cinéfila pop-pular. Gilbert se atrinchera en su final y en la idea que aquellos testigos son en realidad algo que sorprenderá de forma mesiánica. Para eso arrastra al relato de los pies sin mirar contra qué golpea, lo hace colisionar para prosperar: la iglesia que será génesis de la historia es descubierta gracias a la caída de dos jóvenes en un pozo, Ricci es atropellada y entonces pierde la memoria, algo esencial para el relato. Por depender sólo de aquel desenlace se olvida de la lógica de su relato y de la creación de climas. Acá clima es traducido en quiebre del tono del relato por plano que contrasta visualmente o por ruido estrepitoso. Y cuando se disipa el humo del argumento, sólo quedan un par de persuasiones místicas contra el voyeurismo. Y la alegría y tristeza de que Shyamalan hay uno solo.
Juan Manuel Dominguez.